De despedidas y recomienzos
Por Juan Basterra

París, 20 de diciembre de 1924
Mañana embarco hacia Buenos Aires. La llegada está prevista para el 6 de enero. Abordaré el mismo navío en el que Albertine comenzó su segunda travesía por Sudamérica, el trasatlántico Giulio Cesare, y en el que se inició nuestra breve historia de amor. Las fiestas de fin de año me encontrarán solo y casi aislado (hay pocos pasajeros en la cubierta, los salones y los camarotes).
Es mejor que así sea: tengo pocos deseos de bromas, festejos y deseos de dicha futura. En las bodegas del barco hay varios cofres con muchas de las pertenencias de Albertine: volúmenes de Madame de Sévigné, Balzac, Stendhal y Proust; vestidos de Worth y Poirot, las cajitas musicales que coleccionó desde pequeña, diarios de su vida y un pequeña novela inconclusa sobre la "Coronela Delfina", amazona fulgurante y casi desconocida de la historia argentina.
Mi estadía en Buenos Aires será prolongada. Es una necesidad que me debo y me impongo. Tengo ya cincuenta y tres años; desde los 24, en el otoño de 1895, mi vida fue un interminable ir y venir entre Argentina y Europa. He perdido la cuenta de los viajes, las itinerancias y los destinos alcanzados, y pienso que ya ha llegado el tiempo de la quietud, la reflexión y los balances. Mis propiedades en Bélgica serán arrendadas a tres propietarios de la zona y controladas por mi fiel amigo Fernando Vieytes. Desde Buenos Aires viajaré a Tucumán por motivos comerciales y, a mi regreso, intentaré imponer un ritmo sosegado a mi vida. En los últimos diecinueve años he ganado y perdido infinidad de amigos (y esto, no por motivos personales), dilapidado mi tiempo en búsquedas y afanes que, como bien escribió Schopenhauer, nunca obtuvieron el premio presentido y, sobre todas las cosas, no he podido nunca establecer el fin último de mi existencia (en el caso de que tal anhelo sea probable).
Quisiera dar culminación, además, a un antiguo conjunto de sonetos que escribí durante las pausas de la Gran Guerra (en el fondo de las trincheras destruidas por la metralla, los obuses y la acción de los elementos de la naturaleza) y también dar comienzo a una novela sobre algunos aspectos de la vida de Albertine, aquella parisina tan amada por mí y muerta en la plenitud de la vida.
Son tan pocos los meses vividos con ella, y tantas las experiencias y emociones compartidas, que temo no poder dar cumplido testimonio al itinerario pleno de una existencia que, con independencia absoluta de aquello que pudo habernos unido, resumió, como pocos destinos, la intensidad y precariedad de que estamos hechos todos. La intención de la novela que comienzo a escribir en estos días y, que espero, no sea deudora de todo lo que Albertine significó en mi vida, intentará dar cuenta de todo aquello.

CAPÍTULO I: Entre París y Buenos Aires
CAPÍTULO II: El conde
CAPÍTULO III: Cena en el palacio
CAPÍTULO IV: El conde y las mujeres
CAPÍTULO V: El comienzo de un amor
CAPÍTULO VI: El argentino
CAPÍTULO VII: Cena en el navío
CAPÍTULO VIII: Baile y romance
CAPÍTULO IX: El amor y los recuerdos
CAPÍTULO X: Muniagurria
CAPÍTULO XI: Un viaje diferente
CAPÍTULO XII: Dos destinos
CAPÍTULO XIII: Muniagurria y Borges
CAPÍTULO XIV: El imperio de una pasión
CAPÍTULO XV: Llegada a Buenos Aires
CAPÍTULO XVI: Albertine en Buenos Aires
CAPÍTULO XVII: Infancia y juventud
CAPÍTULO XVIII: Albertine y un homenaje
CAPÍTULO XIX: Muniagurria y una carta
CAPÍTULO XX: Albertine a Muniagurria
CAPÍTULO XXI: Montevideo
CAPÍTULO XXII: De los recuerdos
CAPÍTULO XXIII: Una visita
CAPÍTULO XXIV: La enfermedad
CAPÍTULO XXV: De los testimonios
CAPÍTULO XXVI: París de los recuerdos
CAPÍTULO XXVII: De los encuentros