No hay peor astilla que la del mismo palo
La guerra, que obviamente ha alterado el conjunto del escenario internacional, muestra ahora las primeras consecuencias serias dentro del territorio ruso. - Por Rubén Tonzar

Hace unos días comentábamos que "La batalla de Bakhmut fue importante por haber sido la batalla más sangrienta, en esta guerra y en lo que va del siglo; por la cantidad de recursos humanos y materiales sacrificados; y porque por primera vez en la época contemporánea vemos a un ejército mercenario (Wagner) venciendo a un ejército de línea, un salto en las sucesivas etapas de privatización de la guerra iniciada por EEUU en Irak".
Pocos días después, encontramos a Yevgueni Prigozhin, el jefe de ese ejército mercenario, ocupando la ciudad de Rostov, amenazando con una marcha sobre Moscú, desafiando nada menos que al gobierno ruso.
Sea que quisiera hacerse con el poder en Moscú; sea que pretendiera desplazar al ministro de Defensa Serguéi Shoigú y al estado mayor del ejército -a los que adjudica una pésima conducción de la guerra en Ucrania-; o que simplemente aspirara a pactar mejores condiciones para su sangrienta empresa –que tiene también destacamentos militares y enormes negocios en al menos media docena de países de África-, el vidrio ya se ha roto. Y los vidrios rotos no solo no se arreglan, además pueden causar daños más graves.
Tan así, que un Vladímir Putin un tanto demacrado, lejos de la presencia marcial que habitualmente transmite, llamó en la mañana del sábado a la "unidad" y advirtió sobre el "peligro de una guerra civil". Hizo una antojadiza comparación con la revolución de 1917, en una nueva exhibición de su anticomunismo y de su fallida aspiración de retornar a la rusa imperial del siglo XIX.
Mediación y rendición
En la tarde de este sábado, después de 24 horas de ocupación de la ciudad de Rostov, y de algunos conatos de marcha hacia Moscú y escaramuzas en la ruta, el presidente bielorruso Alexandr Lukashenko encabezó una mediación en la que prometió a Prigozhin que el ministro de Defensa Shoigú renunciaría, si él abandonaba su protesta armada y se concentraba en sus negocios en África.
Quién sabe qué otras promesas y amenazas habrán estado sobre la mesa, que hicieron comprender a Prigozhin, de repente, que "ante la responsabilidad por el hecho de que se derramará sangre rusa, damos la vuelta a nuestras columnas y partimos en dirección opuesta, a nuestros campamentos".
Poco después, Dmitri Peskov, el vocero del presidente Putin, dijo a la prensa que "en ningún momento se habló de cambios en el Ministerio de Defensa", que el líder de los mercenarios Wagner "se marchará a Bielorrusia", que "no se presentarán cargos penales contra ningún miembro de Wagner" y que "se retirarán los cargos presentados contra el propio Prigozhin".
Ante la consulta periodística, Peskov respondió que "Si me preguntan qué garantía tendrá Prigozhin para irse a Bielorrusia, les diré que es la palabra del presidente de Rusia". Agregó que "los combatientes de Wagner que así lo deseen podrán firmar contratos con el Ministerio de Defensa, siempre que no hayan participado en la campaña de Prigozhin este viernes y sábado".
El error de la invasión
El alzamiento de Wagner es una consecuencia del fallido cálculo de Putin y su entorno sobre la invasión a Ucrania. Creyeron que podrían disuadir (o extorsionar) a las potencias europeas, principalmente a sus principales socios económicos, Francia y Alemania, para que no se encolumnaran incondicionalmente tras el histórico hegemón norteamericano, que con la OTAN no cesaba de avanzar hacia el este, con su próximo destino en Ucrania.
Considerando los fuertes intereses económicos de ambos países en Rusia (el excanciller alemán Gerhard Schroeder era parte del directorio de la rusa Gazprom, y Francia el principal inversor extranjero), estimaba Putin, una guerra en Europa oriental en los términos diseñados por EEUU solo les significaría pérdidas y ruina, y la Unión Europea, Francia y Alemania sobre todo, se resistirían a ello.
El error de cálculo no tuvo en cuenta aquel revelador aforismo de la época de los bombardeos de la OTAN sobre Belgrado, que rezaba: "La Unión Europea es un gigante económico, un enano político y un gusano militar".
Si con ese dato no alcanzara, el año pasado el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, y la excanciller Angela Merkel, revelaron que los dos acuerdos de Minsk –que debían parar los bombardeos de Kiev sobre las regiones rusófonas de Lugansk y Donetsk-, patrocinados por Francia y Alemania y que nunca se cumplieron, fueron solo herramientas para ganar tiempo y equipar militarmente a Ucrania.
Después de eso vinieron la invasión rusa a Ucrania y sus innumerables errores tácticos, las sanciones económicas a Moscú, la voladura de los dos gasoductos Nord Stream, la captura del mercado del gas europeo por parte de EEUU, el bloqueo a la salida de los granos rusos, etc. Y, sobre todo, el mayor logro de Washington, desconectar económicamente a la UE de Rusia.
La contraofensiva ucraniana del verano de 2022, que en menos de una semana recuperó unos 1.000 km2 de territorio, desató fuertes polémicas y encontronazos entre los ideólogos, políticos, oligarcas y militares rusos.
Luego llegó la movilización de unos 300 mil soldados rusos más, y la incorporación de Wagner como decisiva infantería de asalto en el frente de Donetsk, uno de los más importantes de la guerra hasta el momento, dado que constituía la segunda línea de defensas de Ucrania, muy fortificada, establecida allí desde el comienzo de la guerra de Kiev contra las provincias rusófonas del Donbass, en 2014.
Así llegamos al punto mencionado en el primer párrafo de esta nota. La pírrica victoria de Bakhmut dejó en el primer plano de las operaciones militares y de la vidriera política a Prigozhin y a su grupo mercenario Wagner, que conquistó el territorio al costo de miles de vidas propias y ajenas, y usó la carnicería como plataforma para subir escalones en la interna política rusa.
El alzamiento
Así fue hasta ayer, con el salto cualitativo que significa amenazar al propio gobierno ruso, o aun a algunos de los principales jefes militares. Su súbita toma de conciencia "ante la responsabilidad por el hecho de que se derramará sangre rusa" mostró que estuvo lejos de conseguir los apoyos que esperaba y necesitaba entre el establishment, o que quienes lo alentaron luego le sacaron el cuerpo.
La respuesta del aparato del poder, con las fuerzas de seguridad realizando redadas masivas en las residencias de los principales jefes de Wagner, con oficiales del servicio secreto arribando armados a las casas de los familiares de los mercenarios, los procesos judiciales por"traición" y "terrorismo", las amenazas de persecución y cárcel, prepararon el terreno para la "mediación" de Lukashenko.
El porvenir
Aparentemente este episodio terminará aquí, pero de ninguna manera será el fin de la historia. La mera insurrección de los mercenarios es un hecho gravísimo, que no se remediará con su rápida rendición. Semejante iniciativa responde a contradicciones profundas del sistema, que continuarán su desarrollo y volverán a manifestarse. Aunque Putin haya solventado esta situación, el vidrio está roto y sus astillas esparcidas.