Columnista
Un año de guerra en Ucrania y en el mundo
Hace 365 días Rusia y toda Europa, entraron –o cayeron- en la peligrosa estrategia de reordenamiento global que lleva adelante EEUU. China se ofrece como árbitro pero es rechazada.
Las acciones bélicas de la guerra mundial en curso, por ahora –y solo por ahora-, tienen lugar en el territorio de Ucrania. Esta guerra, recordemos, ha tenido hasta hoy cuatro fases y esta semana ha entrado de lleno en la quinta. La primera fase fue la invasión rusa al territorio ucraniano, que aparentemente aspiraba a derrocar al gobierno de Volodímir Zelenski e instalar nuevamente un gobierno prorruso en ese país.
Ese intento fracasó rápidamente, y dio lugar a un repliegue relativo de la ambición del gobierno ruso, que sobre el terreno se lanzó a consolidar y a tratar de expandir el control de las zonas que dominaban los rebeldes del Donbass (Donetsk y Lugansk), quienes resistían al gobierno de Kiev desde 2014. Eso transformó el conflicto en una guerra de posiciones con frentes que apenas se movían –y se movían a costa de sacrificios humanos y destrucción material inenarrables-.
En la segunda fase, que se desarrolló durante el segundo y tercer trimestres del año pasado, las tropas rusas ocuparon tres provincias del este y dos del sur de Ucrania, uniendo por tierra la península de Crimea con el territorio ruso.
Como ya se presentía que la guerra sería larga, se abrió la posibilidad de conversaciones entre las partes. Con la mediación de Turquía y de la ONU, se habilitó la salida de granos de Ucrania y de Rusia (acuerdo de julio) para paliar en parte la suba desorbitada de los alimentos y el petróleo –y la consiguiente inflación- que golpeó en todo el mundo (también en la Argentina, con un sobrecosto de u$s 5.000 millones en la importación de combustibles). No se consiguieron otros resultados por el veto de EEUU, ausente en la mesa de negociaciones en Turquía.
La tercera fase, a partir de septiembre, estuvo marcada por la asistencia militar occidental masiva a Ucrania, con envío de proyectiles antitanque y antiaéreos que permitieron que las tropas ucranianas contuvieran y en parte revirtieran el avance ruso, recuperando Járkov en el noreste y Jersón en el sur.
La peor derrota del ejército ruso fue en noviembre, cuando debió retirarse de Jersón, la única capital que controlaba. El comandante de las tropas rusas, Sergey Surovikin, anunció la evacuación a la orilla occidental del Dniéper porque "la posición era insostenible". Hay que recordar que semanas antes Vladimir Putin había anunciado que la ciudad era anexada oficialmente por Rusia: desde la óptica de Moscú, Jersón era un territorio ruso que se entregaba al enemigo.
Este progreso ucraniano, que reveló mala organización y peor estrategia por parte de Rusia, motivó furiosos debates (y destituciones de funcionarios y generales) en Moscú, y que se volviera a hablar a nivel internacional de mediaciones, conversaciones, diálogos de paz, etc. Pero no hubo avances en ese terreno.
Un poderoso símbolo político
En la cuarta fase, las novedades no salieron de los frentes de guerra –a pesar de que se incrementó la carnicería en cada uno de ellos- sino de la intervención de EEUU, que volvió a doblar el brazo de sus aliados –o supuestos aliados- europeos, sobre todo Alemania.
A lo largo de extensas negociaciones y usando innumerables presiones políticas y económicas (incluyendo la voladura de los gasoductos Nord Stream), consiguió que todos se comprometieran –principalmente Alemania- al envío de tanques pesados con tecnología de punta, principalmente los Leopard alemanes, que están en poder de varios ejércitos europeos. Estos tanques, considerados los mejores del mundo, incluso por encima de los Abrams estadounidenses, no se cree que vayan a tener un peso decisivo en la guerra, en lo inmediato.
Tienen en cambio un valor altamente simbólico: en primer lugar el de involucrar aún más en la guerra a Alemania, que hasta 2021 había sido el mayor inversor en Rusia y uno de sus mayores socios económicos, y que comprensiblemente se había resistido mucho durante los primeros meses de la guerra a intervenir con el peso económico y tecnológico que podría aportar y que EEUU le exige.
Y en segundo lugar, ese asunto terriblemente escabroso que es para la memoria colectiva del pueblo alemán el volver a ver sus tanques de guerra avanzando hacia Rusia por las llanuras ucranianas, donde tuvieron lugar algunos de los crímenes más horrendos cometidos por los nazis.
Recordemos al pasar un dato que ilustra sobre esa memoria: al comienzo de la guerra transitaba por las redes sociales europeas y estadounidenses ese chiste de humor muy negro que decía que EEUU iba a pelear esta guerra contra Rusia "hasta el último ucraniano". A los pocos meses, sobre todo cuando empezó a subir el precio del gas, de los productos alimenticios, y a acercarse el invierno, a ese meme ya se agregaba que EEUU pelearía esta guerra "hasta el último ucraniano y el último alemán".
Pues bien, desde septiembre de 2022 ya sabemos que Alemania –que es un gran fabricante de armas, pero que desde la II Guerra tiene un ejército reducido- incrementará fuertemente su presupuesto militar hasta situarlo entre los diez más grandes del mundo. Y el envío de sus tanques, sobre todo la autorización para enviar tanques alemanes comprados por otros ejércitos -cosa que estaba prohibida por contrato- marca otro importante paso en la escalada de esta guerra mundial que solo por ahora se libra en el territorio ucraniano.
Adicionalmente, un comentario sobre otro derivado de este hecho. Zelenski, el presidente ucraniano, cuando recibió la noticia de los nuevos aportes armamentísticos occidentales por los que tanto había bregado en los foros internacionales, casi no perdió tiempo en celebrarlo y de inmediato salió a pedir el envío de cazabombarderos F16 y misiles de medio alcance –lo que tácitamente puede implicar armas nucleares tácticas (recordemos que el Departamento de Defensa de EEUU define como "misil de alcance medio" al rango entre 1.000 y 3.000 km… y Moscú está a 500 km de Kiev).
Muchos líderes, funcionarios y medios de prensa occidentales salieron a repudiar ese pedido, tratándolo de "impertinente", "atrevido", "insaciable", "irresponsable", y varios etcéteras. La reacción es una impostura doble por parte de los gobiernos occidentales, por dos razones: la primera es que Zelenski forma parte de una dirigencia ucraniana que ya hace varios años -por lo menos desde 2014 e incluso desde antes- lucha por inscribir a su país en la Europa occidental, en la Unión Europea, en la OTAN. Y esa dirigencia ha llegado a la terrible conclusión –insistamos, desde hace años- que para lograr esos objetivos tenían que servir como punta de lanza en el enfrentamiento de la OTAN contra Rusia.
Basten como ilustración dos ejemplos. En 2019 la Rand Corporation, ese grupo académico que forma e informa a las FFAA estadounidenses, y al que se atribuye nada menos que la estrategia para la victoria sobre la Unión Soviética en la Guerra Fría, emitió un documento en el que examinaba exhaustivamente "Las opciones que EEUU y sus aliados podrían seguir en áreas económicas, políticas y militares para tensionar, sobreextender y desequilibrar la economía y las fuerzas armadas de Rusia, y la posición política interna y externa del régimen".
Por la misma época (2019), Oleksiy Arestovych, asesor del presidente ucraniano Zelenski (caído en desgracia a fines del año pasado por numerosos casos de corrupción en el manejo de la ayuda occidental) declaró que "Cualquier conversación sobre la adhesión de Ucrania a la OTAN provocará a Rusia a lanzar una operación militar en gran escala contra Ucrania. El precio para que Ucrania se una a la OTAN será una guerra en gran escala con Rusia".
Y, por diversas vías, y en diversos ámbitos, desde occidente en general y desde EEUU en particular, se les dio a entender que ese era el camino. Es decir que lo que Zelenski dice públicamente y las decisiones políticas que toma son consecuentes con esa idea.
No son tan consecuentes, ni tan públicos, en cambio, los llamados "aliados occidentales", que se toman sus tiempos para el cálculo y la mezquindad, como se vio en el extenso e intrincado debate sobre el envío de tanques, donde uno de los mayores temores de Alemania pasaba por la posibilidad de que algunos Leopard cayeran en manos del ejército ruso (y con ellos su tecnología de punta). La pelea se saldó con la condición que puso el gobierno alemán para enviar sus tanques: que EEUU también envíe de los suyos, es decir los Abrams… y ambos dijeron que lo harían "recortando" equipamiento tecnológico.
La visita del presidente Joe Biden a Kiev en 20 de febrero dejó anuncios sobre nuevas partidas de dinero y armamento (u$s 500 millones), pero ninguno sobre aviones y misiles, aunque aparentemente EEUU y la OTAN prevén una fuerte escalada en la guerra (ver más abajo). Zelenski volvió a mencionar el tema, y hasta llegó a reivindicar que Ucrania se ha convertido "de facto, en un país de la OTAN".
Armamentismo exacerbado
Decíamos al comienzo que esta es una guerra mundial solo circunstancialmente librada en territorio ucraniano, y viene al caso para explicar este concepto la decisión tomada en diciembre por el gobierno japonés, que decidió incrementar su presupuesto militar en unos u$s 300 mil millones en los próximos años. Con eso se colocará entre los mayores diez del mundo.
Recordemos que Japón es otro de los derrotados en la II Guerra mundial al que, además de arrojarle dos bombas atómicas, EEUU le prohibió rearmarse. Es decir que estamos en presencia del rearme de los dos principales países del Eje, ahora impulsados por Washington, mientras en el mundo se suceden los realineamientos económicos y políticos internacionales más profundos desde los años ´30 del siglo pasado.
Por cuestiones de espacio, solo mencionaremos que Washington patrocina en el océano Índico otra alianza militar llamada Aukus, integrada por Australia el Reino Unido y el propio EEUU, y que en el mar del sur de la China sus portaaviones y patrulleras se ofrecen como "protectores" de los intereses de Vietnam, Indonesia y Filipinas (donde ya acordó la instalación de varias nuevas bases militares).
A mediados del año pasado la presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi, presentó un proyecto multimillonario para transformar la isla de Taiwán en una "fortaleza misilística" (ella ya dejó la presidencia de la Cámara, pero el proyecto sigue su curso). De más está decir que todos estos dispositivos, que apuntan a China, son barriles de pólvora que se van apilando y a los que mejor que nunca los alcance una chispa.
¿Quinta fase fuera de Ucrania?
Dos elementos delatan la previsión por parte de ambos bandos de una fuerte escalada en Ucrania que pueden llevar a una guerra más amplia.
El primero tuvo lugar el 20 de febrero, cuando en la Conferencia de Seguridad de Munich el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, le espetó una fuerte advertencia/amenaza al canciller chino, Wang Yi, acerca de "las graves consecuencias que tendría la provisión de material letal a Rusia por parte de China". El argumento buscaba anticiparse a los movimientos de la diplomacia del gigante asiático.
Es que China -fuertemente perjudicada por los efectos económicos de la pandemia y por los bloqueos comerciales que la guerra ha traído consigo- presentó una propuesta de paz que es mal vista por EEUU, sobre todo porque podría encontrar apoyos en algunos países de la Unión Europea. Como ya han propuesto el exsecretario de Estado Henry Kissinger y el empresario Elon Musk, entre otros, propicia plebiscitos de autodeterminación en las provincias del Donbass, la retención de Crimea por parte de Rusia, y una Conferencia de Seguridad Europea para "congelar" el conflicto en la mesa de negociaciones.
Este planteo es rechazado de plano por los "halcones" de Washington y de la OTAN: la subsecretaria de Estado de EEUU, Victoria Nuland, insistió que se debe poner a Ucrania en condiciones de atacar la base naval rusa en Crimea. Aquí reaparece la lógica expresada abiertamente por el presidente Zelenski de la necesidad de cazas F16 y misiles de medio alcance.
Washington no puede permitirse que un tercero como China aparezca terciando en el conflicto, y que la que ya es la primera potencia comercial se transforme en un pivote político global, haciendo lo que la ONU no puede y EEUU no quiere. De ninguna manera.
El segundo elemento surgió del discurso sobre el estado de la nación que el presidente ruso Vladímir Putin pronunció ante el Parlamento el 21 de febrero. Se esperaba que anunciara una nueva ofensiva de las tropas rusas en Ucrania como respuesta al involucramiento cada vez mayor de la OTAN en la guerra, pero no fue así. Según numerosos analistas, esto estaría revelando un agotamiento de los recursos rusos para la guerra, o al menos la imposibilidad de ampliarlos en este momento.
En cambio, el anuncio más significativo que hizo Putin fue que Rusia suspendía su participación en el New START (el tratado para la reducción de armas estratégicas ofensivas), cuya extensión fue acordada en 2021 hasta 2026. El New START es el último de varios tratados de control nuclear acordados a finales de la Guerra Fría; el anteúltimo, Cielos Abiertos, fue abandonado por EEUU en 2020. La suspensión del Tratado implica que Moscú no aceptará más inspecciones de sus arsenales, que eventualmente podrá ensayar nuevas armas estratégicas, pero sobre todo que Rusia pone el foco de sus fuerzas armadas en la OTAN y en EEUU antes que en Ucrania.
Estos dos elementos –además del aumento generalizado de los presupuestos militares mencionados- muestran que el reordenamiento global que procuran imponer EEUU y la OTAN implica el desarrollo de la guerra a niveles hasta hoy desconocidos. A un año vista, comienza a apreciarse en forma cada vez más clara que Ucrania es solo la primera batalla de un conflicto bélico que puede abarcar al mundo entero, como ya lo hacen las crisis económicas y políticas que ha disparado.