
Columnista
La aceptación: ¿es rendirse?
Cuando hablamos de aceptar tanto lo externo o a nosotros mismos, sobre todo aquello que no es cómodo, que no nos gusta, que no queremos y que- muchas veces- no podemos cambiar, esta acción es transformadora.

De hecho, para el budismo y algunas terapias, es el principio del cambio. Hay muchas frases que han marcado a la humanidad y que se repiten, constantemente, como la del psiquiatra Carl Gustav Jung: “aquello a lo que te resistes, persiste. Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”.
Para la psicología la aceptación significa reconocer las situaciones no deseadas de nuestra realidad sobre las que no podemos hacer nada para modificarlas, aprendiendo a asumirlas (sin quejas ni excusas) y así fortalecer nuestra tolerancia a los fracasos, pérdidas o desengaños vitales.
Voy a comenzar por aceptar que estoy bloqueada. Generalmente, el tiempo para escribir las columnas es mayor al que tengo que ahora para desarrollar esta. Voy a aceptar que ser desorganizada es un factor que me estresa en el día a día y, por eso como un círculo estas dos situaciones que acepto se encuentran para que mi ansiedad se dispare porque el reloj corre cuando hay un cierre de edición.
He aceptado el diagnóstico de mi Trastorno de Ansiedad Generalizada, un término que en este último año se está escuchando mucho más con la pandemia; un tsunami emocional al que pude ponerle nombre en 2012. El año que, supuestamente se terminaba el mundo (uno de tantos). El abanico de situaciones o cosas que no podemos aceptar es amplio: desde la muerte, la pérdida en general, la enfermedad, lo que no llega, lo que no podemos lograr.
En el otro córner del ring nos mira de reojo el positivismo extremo, ofreciéndose como una cura simple y milagrosa para cambiar el chip, ponernos anteojos de unicornios sin saber que viene con unos amigos como Iroman con el resto de los Vengadores. Esos amigos son el sufrimiento, la angustia, la ira, y varios más que se van agregando; como los Vengadores, tienen su propia película. Slogans como “yo puedo con todo” nos hacen sentir el fracaso respirándonos en la nuca.
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Los budistas hablan de un término que asusta por su nombre -como terapia -pero que en profundidad puede verse como una “transición suave” hacia esa plenitud que da la aceptación. No, amigos lectores, no llega así nomás como cuando nos medican y no, tampoco nos pasa con todas las cosas de la vida, sino iríamos cual Teletubies por las colinas.
“La aceptación radical es una técnica que forma parte de la Terapia Dialéctica Conductual desarrollada por Marsha M. Linehan, una psicóloga de la Universidad de Washington, y tiene sus raíces en la filosofía budista, según la cual es fundamental abandonar las expectativas irreales, que son las que alimentan el sufrimiento”, cuenta la psicóloga Jennifer Delgado Suárez.
Aceptar no es sinónimo de pasividad y resignación. Para el budismo, aceptar es el primer paso del cambio. Si queremos cambiar algo que no nos gusta, primero debemos aceptar que existe una situación que nos molesta o desagrada.
Aceptar, a veces, es también reconocer que hay cosas que no podemos cambiar, y que permanecer en el constante cuestionamiento de “porque a mí” solo nos hace permanecer en el sufrimiento. Negar el dolor, la incomodidad, la bronca, la frustración no es un viaje por un tobogán hacia la aceptación.
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Las redes sociales, las físicas: familia, amigos, escuela, trabajo, el club, o las virtuales son un mundo que nos pone en autocuestionamiento casi 24/7. Pero no podemos vivir en una burbuja encerrados y dejar de convivir con la gente que nos quiere y la que no. No podemos aislarnos del mundo. Eso quedó muy claro en esta retórica bizarra que nos dio el aislamiento pandémico: aislarnos para poder estar juntos.
El psicólogo Walter Riso propone dar un paso más al término budista de la autoaceptación, a una “autoestima radical” para definir la aceptación de uno mismo. “No es negar lo malo, pero tampoco renunciar a uno mismo”, señala.
“La mayoría del aprendizaje que tenemos es la renuncia a uno mismo”, agrega. Riso destaca que la clave para esto es la autoobservación. “Los demás son tan importantes como vos. Querer y ayudar, quererte y ayudar. Quitarse de encima el olvido del ser te lleva al autoconocimiento y hace que, indefectiblemente empieces a crecer como persona porque hace que veas qué querés ser. La autoestima empieza con ese autoconocimiento”, expresa.
Como les conté, anteriormente, la meditación es una herramienta que me ha sido esquiva para controlar la ansiedad como el Mundial a Messi. Pero, si Messi aceptó empezar por ganar la Copa América, entonces yo empecé a intentar este método que –no conocía- tiene nombres en diferentes terapias.
Al principio se sintió como rendirse. No me gusta perder, no sé perder. Pero cuando entendí que aceptar no es perder, entonces – y solo entonces- aceptar me llevó a observar lo que me pasaba sin querer modificarlo al mismo tiempo, comprendí , a mi manera, que estaba poniendo en práctica la atención plena.
Entendí que soltar no es resignarme, es ver la realidad como sucede, no como yo quiero que suceda, y de allí en más actuar en consecuencia, o no hacer nada.
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“Cuando nuestra mente está inquieta algo la tiene que estar inquietando. Cuando vemos un árbol y sus hojas se agitan es el viento que las mueve. Si no hay viento la hoja está completamente tranquila. Entonces, la pregunta es qué inquieta nuestra mente”, explica el Lama Rinchen Gyaltesen, en su canal de You Tube Paramita.
“El viento que agita nuestra mente es el deseo, que quiere decir ansia. El deseo que algo sea o no sea. Incluye expectativas, aferramientos, adicciones, la necesidad, la exigencia. Exigiendo de la vida, de los otros, que pase algo a tu tiempo y a tu medida”, agrega.
Una de las secuelas que me dejó el estrés crónico es una enfermedad llamada fibromialgia. Clínicamente no tiene cura, no hay tratamientos definidos, es dolor crónico. Yo la definiría como la aceptación dándote una piña para que entiendas que no se puede controlar todo.
Cuando ocurren las crisis de fibromialgia (tras pasar por diferentes tipos de medicación, ejercicios, terapias, y muchos etcéteras, me quedé con la aceptación de pasarlas) y aprendí a identificarlas tempranamente para ir modificando su intensidad. Aceptar y aceptarnos conlleva el ejercicio de poder parar a mirar y a mirarnos.
A veces debemos pasar por ahí por esos momentos donde no podemos hacer nada, para luego entender qué podemos y no hacer. Porque, pasar ese umbral, esa alta montaña de la frustración, de la impotencia, del sufrimiento, nos permite encontrarnos en un valle donde la mente y el cuerpo encuentran esa paz que trae la fuerza para aceptar lo que no se puede cambiar, y cambiar lo que está en nuestras manos.

Periodista. Agencia Charata.