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Sergio Schneider

Columnista

Oportunidad que llega en carro

Cualquiera escucha a lo largo de su vida varias decenas de veces que "las crisis son oportunidades". Es una frase que seguramente fue acuñada por alguien que pudo salir airoso de un tembladeral personal.

Oportunidad que llega en carro.

Queda lindo repetirla, pero cuando llega la hora de batallar contra una adversidad que atenta contra lo que era nuestro mundo conocido, una crisis es, simplemente, un momento horrible.

Todos los que, sin saber nadar, sean arrojados compulsivamente a una pileta profunda, adherirán a aquella sabia máxima cuando logren salir del agua tras encontrarse con que llevaban dentro suyo un natural talento para la natación. Siempre y cuando, claro, ese descubrimiento suceda. El resto no lo verá así. O simplemente no verá nada...

La aprobación por parte del Concejo Municipal de Resistencia de una ordenanza que prohíbe la tracción de sangre (seamos directos: la circulación en la ciudad de carros tirados por caballos) genera reflexiones que caminan alrededor de ideas similares.

Todos tienen razón

Hasta ahora, la nueva normativa carece de detalles. La prohibición es apenas un breve artículo del extenso Código de Tránsito y Transporte sancionado por los concejales, que deberá ser promulgado por la Intendencia para que entren en vigencia sus 602 artículos.

La cláusula sobre la tracción animal seguramente demandará una reglamentación específica. Deberá definirse, entre otras cosas, si la prohibición regirá de manera inmediata o gradual, qué sanción se aplicará a quienes no respeten la medida y si se instrumentará algún proceso de "reconversión" para las familias que hoy dependen de los carros para su subsistencia.

Como es fácil imaginar, la utilización del carro no es un capricho para los miles de hombres y mujeres que los tienen incorporados a su vida como piezas fundamentales de su cotidianidad. En Resistencia son un medio de transporte y carga que está omnipresente.

Desde temprano aparecen en las calles desde esa periferia de villas y asentamientos que son prácticamente otra ciudad dentro de la capital provincial. En la cuestión aparecen argumentos que se superponen y enfrentan, y que en casi todos los casos – como sucede en contextos tan descalibrados como el presente- poseen dosis propias de veracidad y justicia.

Todos plantean cosas diferentes y todos tienen razón. De allí que el arbitraje del Estado se torne tan imperioso. Las entidades protectoras de los derechos de los animales vienen poniendo el tema sobre el tapete desde hace décadas. No se las puede acusar de apresuramiento ni de incomprensión.

Siempre han reconocido la realidad social que hay detrás del asunto y marcaron la pertinencia de que ese aspecto sea resuelto por los gobernantes. Pero fueron firmes en sostener que la peor opción era mantener la situación sin introducir cambios. Las autoridades municipales, en distintas gestiones, se hicieron eco de esa postura y de la creciente simpatía ciudadana con la lucha contra el trato cruel a los animales.

Por eso en 2019 se efectuó una consulta popular (simultáneamente con la elección para intendente) en la que más de 55.000 personas votaron a favor de que un 1% de la recaudación tributaria comunal se destinara a financiar un proceso de sustitución de la tracción de sangre. Pero aunque la postura ciudadana fue abrumadoramente favorable a la idea, el total de sufragios no alcanzó el piso requerido por la Carta Orgánica de Resistencia. Además, el plebiscito se judicializó.

De todos modos, rigió una ordenanza que preveía un proceso de eliminación de los carros tirados por animales, y hasta se abrió un registro con ese fin. Unos 600 carreros se habrían anotado, aunque se estima que hay más de 2.000 en la ciudad. En el Concejo creen que los que viven de la tracción de sangre son una proporción baja de todos ellos, pero no hay un censo cierto.

Además, el código aprobado la semana pasado derogó toda esa normativa. Por eso el concejal Fabricio Bolatti dijo que la movida –sancionada con el voto de los concejales de Gustavo Martínez y de la UCR- "volvió todo a fojas cero".

Otras experiencias

El criterio de quienes votaron el código, a sabiendas de que incluía la prohibición de los carros, también es atendible: algo había que hacer, después de tantos años de idas y vueltas. La duda es si el momento actual y el modo elegido son los más indicados para una decisión tajante en un tema en el que hay tanta vulnerabillidad de por medio, rodeada de un contexto social dramático. Quienes defienden lo aprobado suman un argumento más: en esta tierra "abrir el debate" implica, la más de las veces, rendirse a la postergación eterna de las cosas que deberían resolverse pero que contienen tal grado de conflictividad que lo más conveniente termina siendo patear la pelota hacia adelante. Desde las cercanías del intendente se agrega que el gobierno municipal tendría planeado hacer anuncios importantes para que los carreros acepten dejar de utilizar sus caballos. En esa instancia también habría novedades acerca de qué se hará con los animales luego para que estén seguros y cuidados. ¿Hay antecedentes de otras ciudades que hayan abordado la tracción de sangre con acciones concretas? Sí, hay varias experiencias. En Berazategui, por ejemplo, el municipio entregó bicicletas que llevan detrás celdas metálicas más altas que anchas, que permiten un buen volumen de acopio de materiales y tienen bajo costo de mantenimiento. En Concordia, localidad entrerriana que suele disputarle a Resistencia el liderazgo nacional en materia de mayor pobreza, se entregaron motos con capacidad de carga a aquellos carreros que previamente hicieron algunas capacitaciones vinculadas a tránsito y reciclado.

Las otras caras

Los carreros, por su lado, rechazan la prohibición. Es en parte resistencia al cambio, sí, pero principalmente la sospecha de que son el eslabón más frágil de un "proceso" del que se sabe nada y en el que si algo fallara no habrá camino de retorno. Aquellos que consideran a su carro una herramienta imprescindible, no se imaginan sin ella. Hay, además, personas que por cuestiones de edad, condición física o aptitud, pueden movilizarse en su carro pero no podrían hacerlo en bicicleta o en moto.

"El carro es la plata de cada día para comer", decía ayer Sonia, una mujer que vive en el asentamiento Zampa. Tiene 36 años, como Cristian, su esposo, y cuatro hijos de entre 4 y 15 años de edad. Su infancia fue muy dura, y a su presente lo considera "mucho mejor", porque ya dejó de vivir en un rancho de chapas y plásticos. Su casa hoy es de ladrillos. Reconoce que a veces la comida falta "pero al día siguiente seguro algo sale".

A ese algo lo provee el trabajo de su esposo sobre el carro. Cristian deja la casa a las siete de la mañana, se interna en la ciudad y vuelve a las cuatro de la tarde. En esas horas junta cartones, latas, lavarropas rotos y otros elementos que vende en las chacaritas. También hace fletes. En un gran día puede juntar hasta 2.500 pesos. En uno flojo apenas supera la barrera de los mil. Las peores jornadas son las de lluvia: no se sale porque la calle se convierte en una vaca sin leche. Sonia dice que a su caballo lo cuidan como si fuera parte de la familia. Y que, si la intención es combatir el maltrato, "deberían controlar a los animales, ver si están bien y sacárselos a los que no los cuidan".

Ella cuenta que en su asentamiento "todo el mundo tiene un carro". La pregunta sobre el punto le pareció casi tonta. Seguramente lo era. El carro es parte de una vida que es imposible de comprender cabalmente para quien no la atraviesa. Prohibirlos sin una red de contención es casi prohibir ser pobre. ¿Cómo reaccionaríamos los que tenemos un automóvil si nos dijeran que ya no podremos usarlo, a fin de proteger al planeta de la paulatina destrucción al que lo sometemos con los gases de efecto invernadero? Es otra causa justa, y el daño es real.

¿Qué haríamos? Posiblemente las crisis sí sean una oportunidad de conocer otra cara del mundo que habitamos. La vida de los otros seres humanos con los que no hablamos. Recíprocamente impermeables. Una de las grandes asignaturas pendientes de nuestros dirigentes es la de crear puentes entre los pedazos de la sociedad que somos.

En nuestro caso, entre la Resistencia de los edificios y las camionetas todo terreno y la de los techos de cartón y los caballos durmiendo junto al baño, y todo lo que hay en medio. Cada una tiene sus formas de vida, sus sueños, sus ideas sobre lo que debería ser el futuro, sus urgencias. La ocasión está servida.