Hasta siempre, abuelo, gracias por todo lo enseñado
Seguramente este fue el texto que nunca quise escribir, siempre pensé que lo iba a hacer, pero para despedirte del diario cuando decidas dejar de escribir y pasar los días sin estar pendiente de la tapa, de la radio, de quién estaba de franco, de si recibieron el material y cuantas cosas más que pasaban por tu cabeza.
Hoy te despiden todos, pero yo despido a mi abuelo, a mi amigo, a mi confidente, al que le consultaba por un chisme, al que entendía mis chistes sobre política y cuando hablaba sobre alguien que querías me prestabas atención. Hoy despido a mi jefe, al que todos los días tenía algo que criticarme, al que me retaba por no consultarte por un título; a mi compañero de Redacción, con el que era casi un acuerdo tácito que cuando llegaban las empanadas de la Vaca Atada tenía que robar tres para vos y llevarte al escritorio.

Hoy te despido, abuelo, y con esta despedida te llevás mis miedos, mis fracasos, mis errores.
Quien sabía de la relación que teníamos, sabe que eras mi papá por elección, el que estuvo ahí cuando nadie más lo hizo, el que me hizo amar y odiar al periodismo, el que entendía mis caprichos de hija única. A vos te elegí como el hombre de mi vida, mi guía espiritual, profesional, mi superhéroe.
Te llora el periodismo, te recuerdan los amigos y enemigos, los que te quisieron y los que no, porque eso eras, eso generabas, un amor odio que pocos podían despertar. Fuiste un hombre de ley, de familia, de enojos fuertes y perdones fáciles, de voz gruesa, pero de corazón tierno. Le dabas la mejilla a tu peor enemigo, le sonreías a quien más te criticó.
Me dejaste enseñanzas de vida, y con vos aprendí que lo que se dice con la palabra se sostiene con la mirada y bueno… que los periodistas por ahí son un poco querendones.
Mi maestro de vida, me tomaste la mano y me llevaste a recorrer todos los caminos más difíciles, pero sabía que al lado tuyo nunca nada me iba a pasar. Lloro tu partida, pero agradezco a la vida que me dio la oportunidad de tenerte como abuelo.
Una sola cosa podría pedirte, no me dejes sola nunca. Pero nunca, ¿eh?, mirá que ya rompiste tu promesa de nunca morirte.
Me queda tu amor, la familia que formaste, el destino que nos forjaste, las enseñanzas que nos diste y, por supuesto, las mentiras en donde fuimos cómplices.
Todos te conocieron como periodista, como hombre que amó su Chaco hasta el último momento, pero yo te conocí siendo abuelo. Ese abuelo que mentía en el tutti frutti, el que inventaba que se iba a la escuela en el batimóvil, el que nos llevó a cumplir nuestro sueño de conocer Nueva York, el que le daba la comida a los perros por debajo cuando supuestamente nadie te veía, el amante de River. Eras todo esto y mucho más.
Eras el jefe de todo, de la familia, del diario. Un poco padre, un rezongón, un whatsapero que hasta mandaba stickers y selfies, un poco de cura cuando empezabas a hablar de la Palabra, un poco gobernador, un poco director técnico, un poco ingeniero, otro poco de arquitecto. Eras todo, siempre lo vas a ser.
Desde hoy te puedo decir que te voy a extrañar eternamente, abuelo, mi abuelo.
Mañana serás parte de la historia del periodismo chaqueño. Hoy te quiero volver a abrazar un ratito más.
Serás eterno y glorioso. Descansá en paz, abuelo de mi vida. Ojalá hayas estado orgulloso de mí.
Siempre me esforcé para no ser la “nieta de”, para que nadie diga que las cosas no me las gané, y hoy levanto la frente con orgullo en tu nombre.
(Tu Florcita)
La familia, su otra gran pasión
Miguel Ángel Fernández nació en El Zapallar, hoy General San Martín, un 14 de octubre de 1943. Sus padres fueron Luciano Fernández y Encarnación González.
Se casó el 13 de mayo de 1965 con Mirtha Raquel Livio y tuvieron tres hijos, Claudia Viviana y los mellizos Marcelo Miguel y María Raquel. Formó la familia que siempre soñó, con una base sólida de amor y compromiso. Anteponiendo a cualquier situación a su esposa e hijos y es así que llegó a los 55 años de casado, con su compañera que eligió para pasar toda su vida y hoy lo despide con dolor.
El 25 de marzo de 1991 se convierten en abuelos por primera vez, nació su nieta María Florencia Martínez. Después siguieron “las chancletas” en 1995 con Camila Soledad Moreno y en 1997 con Carla Sofía Moreno, y por último llegó Candela Salomé Moreno, un caluroso enero del 2005. Todas mujeres, todas siempre rodeándolo.
Su yerno Rubens Moreno, marido de Claudia, se incorporó a la familia como uno más, siendo el compañero de cada aventura.
La familia sufrió un golpe muy duro el 21 de febrero de 2012, cuando Marcelo, “Chuchi” para todos, falleció. Desde ese día, todas las mañanas MAF se encomendaba a su hijo para que guiara su camino. Hoy no caben dudas de que ya sonríen juntos.
Familiero como pocos, Miguel siempre priorizó a quienes lo entendieron cuando no llegaba a horario, cuando no estaba para un cumpleaños o cuando las llamadas por teléfono con algún funcionario no se terminaban.
Su familia lo recordará por siempre, abrazándose a sus recuerdos y su amor incondicional.