
Columnista
La enigmática siesta de Gustavo
Gustavo Martínez siempre dio la impresión de que ya a los tres o cuatro años de edad le pedía a Papá Noel la intendencia de Resistencia, y que de grande, cuando en su casa le dijeron la verdad –que Papá Noel es el peronismo-, su objeto de deseo no cambió.

Hasta es probable que algún día aparezca un video en blanco y negro en el que veamos a un Gustavo niño contando –como aquel Maradona purrete ilusionándose con la Selección- que su sueño es manejar el gobierno comunal de la capital del Chaco.
Es que si bien este Gustavo, a sus 47 años, ya tiene numerosos cargos públicos cargados en su curriculum (a veces hasta ocupando dos al mismo tiempo), ser intendente era el sentido de su existencia.
Los demás roles fueron apenas los amores de transición de Florentino Ariza en la infinita espera por Fermina Daza. Hubo veces en las que estuvo más cerca que otras de coronar su anhelo, hasta que en 2019 se alinearon los planetas y el voto capitalino se dividió lo suficiente como para que el amador y la amada se encontraran.
Por toda esa historia previa, nadie se imaginaba otra cosa que a Martínez convertido en un estallido cósmico de energía desde el primer minuto de su gestión hasta el último. En vez de eso, diecisiete meses después de su asunción los resultados visibles de su administración son la nada misma. ¿Simple inoperancia o estrategia?
HECHOS NO, PALABRAS
A comienzos de marzo para abrir las sesiones ordinarias del Concejo Municipal, el intendente pronunció un discurso que hizo recordar a más de uno aquellas fallidas proezas verbales de la escuela secundaria, cuando algún estudiante convocado a decir la lección del día intentaba reemplazar la falta de estudio con una florida sanata improvisada de urgencia. Por caso, justificó la hibernación municipal de 2020 sin demasiado ingenio: la atribuyó a las imposiciones de la pandemia.
Pero tanta parálisis sólo podría entenderse si ahora el municipio revelara que logró una vacuna propia contra el coronavirus gracias a que el año pasado toda la estructura comunal estuvo dedicada a conseguirla.
Los demás municipios no dejaron de cumplir con sus obligaciones ni de efectuar inversiones pese a la emergencia sanitaria. Salvo algunas obras de desagües muy focalizadas, en la capital la infraestructura nueva financiada por la intendencia fue prácticamente nula.
El retrato más claro es la red vial urbana: no hay pavimento nuevo, los baches se reparan a un ritmo que hace pensar que el trabajo está a cargo de caracoles, y las calles de tierra son un auténtico desastre ya que carecen de cualquier intervención.
Esto último al punto de que –como lo ha reflejado NORTE en varias ocasiones- hay numerosos barrios que perdieron los servicios de colectivos porque las empresas concesionarias optaron por recortar sus recorridos a fin de evitar daños en sus unidades (sólo para tener una idea de los costos del sector: cada neumático para esos coches hoy cuesta 75.000 pesos).
Entonces, niños, adultos y viejos que antes llegaban a un ómnibus caminando dos o tres cuadras ahora deben andar diez o quince para arribar a la parada más próxima. Pero los funcionarios no utilizan el transporte público ni suelen vivir en los barrios malditos.
También es notoria la degradación del alumbrado público, un punto siempre flojo de Resistencia. Ahora la situación alcanza a largos tramos de la zona céntrica que quedan a oscuras por las noches. Es peor en la periferia. Todo ahora que la falta de iluminación genera más inseguridad.
Y tampoco hubo cambio alguno en los viejos problemas. La basura asoma en todas partes y la anarquía del tránsito persiste indemne, mientras la “política” municipal en la materia sólo tiene celo en hacer respetar el negocio del estacionamiento medido. Por lo demás, la anomia es la misma de siempre, y en la ciudad es más anormal respetar un semáforo que cruzarlo en rojo.
No hay un plan verdadero para cambiar eso, excepto el conocido verso de que se trata de “un problema de educación”, a pesar de que los mismos resistencianos que aquí manejan sus vehículos como si cabalgaran sobre una bestia ancestral en medio de un campo de batalla, se transforman en conductores impecables cuando tienen que transitar por territorios en los que los seres humanos ya caminan erguidos.
La recolección de residuos funciona con sus frecuencias habituales (que discrimina a los barrios) y mucho de lo que antes era propio de la labor ordinaria de una municipalidad ahora se plasma esporádicamente en “operativos” inflados para la prensa: operativos de control vehicular, operativos bromatológicos, operativos antibaches, operativos de desmalezamiento. Más ruido para menos nueces.
Según el mismo discurso de marzo en el Concejo, en 2021 no hay nada certero para esperar, más allá de que Martínez haya deslizado la idea de animársele al pavimento en cuatro o cinco corredores que mencionó ambiguamente.
¿UNA ESTRATEGIA?
Aclaremos algo pronto: Gustavo no puede alegar falta de recursos. Desde agosto del año pasado se viene dando un incremento notable de los ingresos que tiene el municipio por coparticipación. También suben los recursos por recaudación propia (recordemos que GM inauguró su mandato con un tarifazo triple XL), aunque representan una porción menor del total.
Del Fondo de Participación Municipal (FPM), Resistencia viene teniendo incrementos interanuales de entre el 40 y el 60%, que superan a los índices inflacionarios. En abril el salto con respecto al mismo mes del año pasado fue del 108%.
La concejalía de Fabricio Bolatti hizo un cálculo de lo que este panorama representa en valores nominales: en los primeros cuatro meses de 2021 la municipalidad de Resistencia recibió 775,5 millones de pesos más que en el mismo período de 2020 (un 65% de incremento promedio mensual del FPM), casi el equivalente a dos meses de sueldos, o el costo de unas 130 cuadras de pavimento.
Los gastos no crecieron a la par. Por un lado, la falta de realizaciones genera un ahorro directo y obvio. Por otro, la erogación salarial no sufrió grandes cambios. Martínez jubiló a unos 130 empleados jerárquicos de salarios elevados, y en 2020 otorgó una sola recomposición al personal, consistente en una suma fija de 6.000 pesos. Ahora anunció el pago de un plus por refrigerio y una bonificación “por permanencia en la estructura”.
Pero el refrigerio absorberá aquellos 6.000 pesos y la nueva bonificación representará una mejora en cuotas de los sueldos que completará un 25% en octubre, mientras que a la par se recortan horas extras y beneficios que para muchos municipales eran hasta el 60% de sus remuneraciones habituales.
Por eso hay margen presupuestario, y Gustavo se permitió un cupo de 300 nuevos contratos de servicios y 100 cargos de planta permanente más, mientras recortaba contratos y asesores de los concejales.
Es verdad que buena parte de sus primeros pasos en la gestión fueron para neutralizar a su gran adversario muros adentro, Jacinto Sampayo, pero a esta altura ya se puede considerar vencedor. Limpió o dominó a todos los alfiles que el viejo dirigente sindical tenía en áreas clave y que le permitían hacer y deshacer a su gusto en las gestiones de Aída Ayala y Jorge Capitanich.
Gustavo hasta obligó al STM a archivar el costoso bingo sindical que se cobraba directamente de los salarios de los empleados. Ahora llenó los casilleros importantes con su gente de confianza.
En Limpieza, por ejemplo, el mando quedó en manos de un colaborador que -como encargado de la seguridad de la Legislatura- estuvo salpicado en 2016 por las denuncias de un ataque con arma de fuego a manifestantes del STM, el gremio de Sampayo. Ahora el hombre –ex luchador de kickboxing- aplicó su evidente carisma para domesticar un sector que era desequilibrante cada vez que Jacinto convocaba a un paro.
Con recursos y sin obstáculos internos, ¿qué es entonces lo que sucede con la gestión de Martínez? Quienes lo conocen más a fondo creen que tiene que ver con un pensamiento que dicen haberle escuchado expresar más de una vez: “La gente se olvida enseguida de lo que se hace”.
Y suponen, en base a ello, que el intendente podría estar preparando un mega despliegue de realizaciones más cerca de las elecciones.
La pregunta que surge entonces es: ¿De cuáles elecciones? Como se sabe, en el Chaco este año no se renuevan cargos municipales. Los concejales duran cuatro años, como los intendentes. Llegan y se van con ellos. Recién en 2023 será su turno.
¿Gustavo arma un colchón financiero para estos comicios o para cuando deba jugar su destino político (renovar mandato en la intendencia o apuntar a la gobernación)? Y si no muestra obras ahora ¿es porque sólo está interesado en el escenario del ’23 o porque además su inacción terminará perjudicando a Capitanich en esta elección de medio término que será –entre otras cosas- un plebiscito de su gobernación?
Se trata, obviamente, de un juego que también guarda riesgos para el propio Martínez.
Lo que nadie imagina es que lo que está hoy a la vista sea todo. Y si lo es, menudo fiasco.

Director periodístico.