CARTA DE LECTORES
Cinco fotos
Mi amigo, el que se saltea la Historia para interpretar el presente, quedó fascinado con la carta de Hebe a Alberto, así como antes se había puesto feliz porque Alberto reconoció que se había equivocado con Vicentín.
Mi amigo tiende a ponerse contento cuando intuye algún signo de debilidad en lo que podríamos llamar “el campo nac&pop”, y no porque pertenezca a algún sector del privilegio o de la oligarquía, no.
Él festeja básicamente que los cambios a los que nos toca asistir jamás adquieran un vértigo que supere los límites vitales de nuestra cronología personal.
Mi amigo, en fin, es un buen tipo, que respeta a sus mayores y quiere a sus hijos, se siente un buen ciudadano argentino, solo que su tolerancia a las transformaciones depende de cuánto alteren el orden al que estamos acostumbrados.
Lo llamativo es que en ciertos aspectos sería un tipo progre, por ejemplo, el matrimonio igualitario, la legalización de ciertas drogas, la defensa del ambiente o el combate a la trata de personas, en estos, y muchos casos más, él hasta podría acorralar en una charla de bar a interlocutores conservadores.
Pero adonde él siente que sus principios son cuestionados es, precisamente, cuando el país, como unidad política soberana, pretende modestamente patear el tablero del orden internacional sin hacer seguidismo a Estados Unidos, o aspira a negociar con dignidad frente al gran poder del dinero, o se propone fortalecer los vínculos con otras naciones sin pedir permiso al gendarme del norte.
Es como si un sexto sentido le advirtiera a mi amigo, el que se saltea la Historia, que cuando se empiezan a pisar algunos callos, alguien desde arriba hará tronar el escarmiento, vendrán títulos de la prensa que alertarán sobre el riesgoso camino elegido, más temprano que tarde surgirá alguna denuncia de “corrupción”, y la sensación de inestabilidad se expandirá sobre la escena para complicarlo todo.
Su impresión es que la inestabilidad, ese tembladeral con el que deben convivir los gobernantes democráticos, se traslada a los ámbitos de la vida cotidiana y pone en riesgo los logros, medianos o pequeños, que él ha sabido conseguir.
La tentación de recordar las categorías que designaban a ese sector social como “pequeñoburgués” parecen resultar anacrónicas, dado que ese conformismo ajeno a las grandes causas, recorre las geografías con mayor ímpetu que el coronavirus, y se impone como sentido común. Dado que nadie transita la vida desharrapado, y que la ciudadanía exige compromisos, el rechazo a la corrupción fue una bandera que le permitió circular con la frente en alto sin necesidad de acompañarla de otros principios que supusieran poner en juego su lugar en la sociedad.
Por ejemplo, cuando ocurrió el levantamiento carapintada contra el gobierno democrático del doctor Alfonsín, mi amigo, que cada tanto menciona su condición “radical”, no se creyó obligado a manifestar su rechazo en la calle, como sí lo hicimos multitudes de argentinxs en defensa del orden constitucional y del gobierno. T
ampoco en los 90, ni cuando la crisis sistémica del 2001, se sintió convocado a repudiar las políticas de exclusión, con la salvedad del enérgico “que se vayan todos”, al que pareció verse obligado cuando tomó conciencia que llegaba a su fin una fiesta a la que no lo habían invitado.
Cuando se le enrostra su falta de memoria, él, con lógica irreductible recorre un archivo fotográfico que congela los sucesos argentinos en tantas fotos como dedos de una mano: Perón echa a los montoneros de Plaza de Mayo; los militares terminan con el desastroso gobierno de Isabel; Alfonsín recupera la democracia; Menem decreta la convertibilidad peso-dólar; Macri termina con las avivadas choriplaneras.
A partir de allí, recomienza su secuencia expectante frente a un gobierno de signo peronista. Así como el pasado argentino se reduce a los rostros y los nombres de Belgrano y San Martín, el paso del tiempo incorporará nuevas figuras que sustituyan el protagonismo plebeyo. La síntesis de mi amigo y sus fotos revelan un país sin actores civiles, son los nombres de unos pocos que resuelven el destino de millones, la democracia se adelgaza casi hasta desaparecer, para dejar lugar a otros protagonistas.
Lo que no se ve en las fotos son las corporaciones, eliminado el pueblo de la escena, son ellas las que se adueñan del estrado, y dictan las reglas del juego, sin resquicios para hacerse oír, las mayorías quedarán inmersas en un guión y en una obra en la que como público, solo deben aplaudir o rechazar, según los dictados emanados de los medios.
“Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos -dice el Papa Francisco- cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y... pone en riesgo esta nuestra casa común”.
Lo que Francisco demuestra, y tal vez por eso es rechazado, es que no son suficientes las fotos para sustraerse de la Historia y sus consecuencias, y que optar por la actitud de mi amigo, da lugar a un “nuevo colonialismo, que a veces es el poder anónimo del ídolo dinero: corporaciones, prestamistas...y la imposición de medidas de ‘austeridad’ que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los pobres”.
El nuevo debate en torno a Venezuela arrimó agua a su molino, de ese modo considera que las “ideas locas” que pretenden sancionar un tributo a las grandes riquezas, el control estatal del comercio exterior y de las empresas de servicios, por nombrar algunos ejemplos, se alejan del horizonte de medidas del gobierno y restauran la sensatez y el equilibrio.
Para el Papa Francisco “la concentración monopólica de los medios de comunicación social que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico”.
A esta altura del texto mi amigo, aburrido, cancela el debate con una sentencia “El Papa es peronista”. Menos mal que no leyó que Francisco dijo “el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos; en su capacidad de organizar y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio”.
POR CARLOS DAVEL QUIRÓS