Los niños que encontré en un parque
Jamás imaginé que esos chicos estuvieran muertos. - Por Miguel Ángel Molfino

Jugué un rato con ellos, se veían distantes, inexpresivos. Querían tocarme con sus manitos frías.
De pronto, empezaron a cantar una canción que hablaba de una mujer en llamas, de un hombre decapitado que corría desesperado llevando su cabeza en una mano, de unas madres que lloraban porque sus hijos nunca regresaron a sus hogares.
Me pidieron que les sacara esta foto en su barquito.
Hace tres semanas que falto en casa. Mi familia me busca.
Ojalá pudiera avisarles que soy el de la izquierda.
(1999, México)

Imagen, desemejanza, invisibilidad
Comprendí que esa imagen (aunque no se parezca a mí) es mucho más real que yo mismo; que no es ella la mía, sino yo su sombra. Que no es a ella a quien se puede acusar de no parecérseme, sino que esa desemejanza es culpa mía. Y que esa desemejanza es mi cruz, que no se la puedo endilgar a nadie y que debo cargar con ella. Sin embargo, no estaba dispuesto a rendirme. Pretendía cargar con mi desemejanza, seguir siendo aquel que habían decidido que no era.
(...) Y así comprendí que esta forma mía de resistencia también era vana, que el único que percibía ya mi desemejanza era yo mismo, y que para los demás era invisible.
(En "La Broma", de Milan Kundera; pintura de Susana Soto Poblette)

Vivir para siempre
Otro relato, recogido cerca de Oldenburg, en el Ducado de Holstein, trata de una dama que comía y bebía alegremente y tenía cuanto puede anhelar el corazón, y que deseó vivir para siempre. En los primeros cien años todo fue bien, pero después empezó a encogerse y arrugarse, hasta que no pudo andar, ni estar de pie, ni comer ni beber. Pero tampoco podía morir. Al principio la alimentaban como si fuera una niñita, pero llegó a ser tan diminuta que la metieron en una botella de vidrio y la colgaron en la iglesia. Todavía está ahí, en la Iglesia de Santa María, en Lübeck. Es del tamaño de una rata, y una vez al año se mueve.
(En "Balder, el hermoso", de James George Frazer*)

La pagoda de Babel
—Ese cuento del agujero en el suelo, que baja quién sabe hasta dónde, siempre me ha fascinado. Ahora es una leyenda musulmana, pero no me asombraría que fuera anterior a Mahoma. Trata del sultán Aladino; no el de la lámpara, por supuesto, pero también relacionado con genios o con gigantes.
Dicen que ordenó a los gigantes que le erigieran una especie de pagoda, que subiera y subiera hasta sobrepasar las estrellas. Algo como la Torre de Babel. Pero los arquitectos de la Torre de Babel eran gente doméstica y modesta, como ratones, comparada con Aladino. Sólo querían una torre que llegara al cielo.
Aladino quería una torre que rebasara el cielo, y se elevara encima y siguiera elevándose para siempre. Y Dios la fulminó, y la hundió en la tierra abriendo interminablemente un agujero, hasta que hizo un pozo sin fondo, como era la torre sin techo. Y por esa invertida torre de oscuridad, el alma del soberbio Sultán se desmorona para siempre.
(En "El hombre que sabía demasiado", de G. K. Chesterton)