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Mariana Alegre

columnista

La que no debe ser nombrada

Hablamos de ellas todos los días, de hecho, es la protagonista especial en los medios de comunicación. Algunas veces es silenciosa, otras hace mucho ruido. Es que siempre está acompañando a alguien, y depende de a quién, incluso podemos nombrarla. Para la mayoría el interrogante sin respuesta, y a la vez la única verdad indiscutible de nuestra existencia.

La muerte, nuestra protagonista, a quien de entrada vamos a nombrar es de la que poco se habla. Hasta el algoritmo, bajo algunos de sus nombres, la tiene censurada. Mi sobrina de 5 años suele hacer muchas preguntas sobre la muerte. Las religiones tienen, en sus estatutos, qué creer sobre la situación, sus condiciones al momento de marcar esta etapa: para los que quedan y para los que se van, desde los remotos tiempos. ¿Me pregunto si los que se van se enteran?.

Hay dioses y Dios, Odín, ángeles caídos, cielo, paraíso, inframundo, purgatorio, Valhala. El famoso San Pedro -que debe ser el portero más conocido de la historia- en el catolicísimo, tiene sus pares en otras tradiciones, como las Valquirias, entre otros (si hasta la muerte es muy burocrática en el mundo de los vivos). México, el país que honra la muerte como parte de su cultura. La Katrina,  hasta merchadansing tiene. 

Existen personas que se comunican con los muertos, y la famosa ouija que sería como la aplicación . Me detengo aquí a recomendarles, encarecidamente, que no jueguen con eso: crean o no. Nuestro cerebro sigue siendo muy poderoso, mientras está vivo, incluso para las estupideces. Le pasó a una amiga. 

A pesar de todo esto no queremos hablar de ella, mayoritariamente. Sacándole todos estos conceptos, ritos, creencias. El más allá, está más acá de lo que pensamos, pero no queremos ni pensarlo vacío de todo eso que inventó el hombre para que ese momento que pone fin a la existencia de algo o alguien. 

"Ya no queremos escribir sobre más muertes. Mucha gente cercana y conocida se está muriendo", me dijo una colega. "Se está muriendo mucha gente joven, sana", me dice mi mamá y yo sé que es otra de sus tantas formas de pedirme que me haga los chequeos correspondientes, porque vine, genéticamente, cargada como si fuera una caja con plutonio. Y ambas les respondo, ¿por qué será?. Sobre todo por esto de la gente sana y joven, que en los últimos tres a cinco años se está muriendo de problemas cardíacos, cáncer, o algún accidente cerebro vascular. Descartando, a todos los que engrosan el récord de muerte en siniestros viales, y no por ser selectiva, sino porque creo que –en muchos casos- más que fatalidad, es una ruleta rusa.

Hay un número, un récord que poco sale, ese ese nombre de la muerte que no podemos nombrar: el suicidio. No hay silencio más ruidoso que el que deja el suicidio. "Al menos que sea conocido" no se puede publicar, el algoritmo no te permite que lo nombres. Lo que nos queda es el testimonio de quienes sobreviven al suicida. No hay muerte más parecida a la muerte que el suicidio.

Al ritmo de "Golpeando las puertas del cielo" de Guns and Roses, me pregunto por qué. ¿Por qué no hablamos del suicidio?. Por qué si queremos saber todo sobre la cura del cáncer, que requiere una millonaria inversión en investigación, pero el suicidio es tabú. 

Cerca de 800.000 personas se suicidan cada año. En Argentina la mortalidad por suicidios ha aumentado en los últimos 20 años un 12,9%. Según los datos brindados por UNICEF, el suicidio es la segunda causa de muerte entre los 10 y 19 años. Los casos de suicidio en la adolescencia se triplicaron en los últimos 30 años. 

Déjenme resumirle los signos de alerta, en algo muy importante: por cada suicidio, hay muchas más tentativas de suicidio cada año. Entre la población en general, un intento de suicidio no consumado es el factor individual de riesgo más importante. Ojalá este dato le llegue al algoritmo y a algunos estatutos algo añejos sobre la publicación de estos casos, para poder prevenir. 

Cuando uno de mis amigos se quitó la vida, solo puedo recordar el enojo, como primera emoción. No el dolor, el enojo. Me negué a ir a su funeral, y me tomó unos dos años visitar su tumba, por única vez. Su familia decidió donar los órganos y esta ablación salvó vidas, y que el CUCAI Chaco no se cerrará. Pero, el duelo de sus padres, sus hermanos, sus amigos quedó emburbujado por cada vínculo, el "podría haber hecho algo", como hilo rojo los envuelve a todos. 

Un día, una mañana que no se va de mi cabeza, en mi caminata ritual desde el centro de rehabilitación deportiva hasta casa, me encuentro a la policía. Ya era muy tarde para dar un paso atrás. No había cintas que no me permitieran el paso. Veo un cuerpo pequeño, así había quedado por caer parada, una joven de mi edad (de eso me enteraría el día después. Unos 22 años). Su amiga, tapada con una frazada, porque hacía mucho frio, la toma de la mano, en silencio. En la crónica del días después, me entero que estudiaban en Rosario, como yo. Estaban por sentarse a estudiar, preparando el desayuno. Ella se acercó a la ventana de un octavo piso y saltó. Mi reacción, de peatona desconocida fue intentar buscar un motivo. 

El domingo mi mamá (que al vivir con dos periodistas en la familia) se informa más que nadie, me dice: ¿viste lo de las nenas rusas?

Alexandra y Anastasia, hermanas mellizas de 12 años, saltaron de un sexto piso, al patio interno. Los gritos de su padre, Igor desgarran el aire en el barrio El Ería de Oviedo, en España. Las crónicas resaltan lo buenas estudiantes, hermosas niñas, dulces, con amistades. Enseguida se busca la causa: el abuso escolar. ¿Por qué otra cosa sería?. La policía hará una autopsia sobre su decisión, sus padres y su hermano de 10 años vivirán con una duda eterna. Las crónicas, agregan los números telefónicos de asistencia al suicida. Todo muy correcto. Si hasta es un pecado en muchas religiones.

Escribo sobre la muerte a diario, prácticamente. Pero, los suicidios "de gente común" no se publican porque no están permitidos en las páginas policiales (en realidad en ningún medio, ya saben por eso del efecto contagio). Ah, sí, allí tienen su sección, si es donde reina la muerte. 

Entonces pensé, y si cambiamos de sección a la muerte  y si acá podemos hablar del suicidio. Entonces, podríamos hablar del suicidio en las escuelas, colegios, iglesias, templos, clubes, en las conversaciones con amigos, familia. 

Lo sé, resulta difícil hablar del duelo, de la muerte, en general. El suicidio parece un juicio donde todos tenemos miedos de ser el culpable. Incluso decir: yo intenté suicidarme, y que los demás no teman preguntar por qué (al menos que sea el psiquiatra o psicólogo), está mal visto. 

Podemos seguir responsabilizando al algoritmo, a la Inteligencia Artificial, pero me pregunto ¿todas esas leyes, dependencias del Estado, financiamiento, al igual que los programas escolares, charlas no deberían ser revisados?, con todo el tiempo burocrático necesario, para empezar a invertir no solo dinero, sino tiempo, trabajo, para prevenir. En lugar de dar charlas, escuchar. Como sociedad, empezar a hablar de la muerte, en especial del suicidio.

En Harry Potter, el malvado, Lord Voldemort no debía ser nombrado: atraía muerte, miedo. Solo los valientes lo llamaban, hasta que una de las profesoras, Mcgonagall dice "podrías decir su nombre...igualmente tratará de matarte". 

La muerte es la única profecía que todos sabemos se va a cumplir, ¿cuándo? algunos lo saben, la mayoría no. No temo a la muerte, si al dolor de perder a mis seres queridos. Algo que ocurrirá, que ya me ocurrió. Vamos a llamarla por su nombre, sus nombres sin que ninguna causa sea un estigma. Hablemos del suicidio, en cualquier sección, medio, con especialistas, sobrevivientes, que no solo ocupen la página policial o un ensayo con estadísticas. Llamémoslo por su nombre.