El día que EEUU mandó su flota a invadir Paraguay
El 28 de agosto de 1852, a cinco meses de la batalla de Caseros, Urquiza promulgó el decreto que liberaba la navegación de los ríos a todas las banderas del mundo. El 24 de mayo de 1853 llegaba al Río de la Plata el primer buque de guerra extranjero. - Por Ricardo Ambrosig

Esta nave era la estadounidense "Water Witch", vapor de ruedas de 400 toneladas, cuyo armamento consistía en tres pequeños obuses. Venía con el encargo de realizar un relevamiento hidrográfico general de la extensa cuenca del Paraná, hasta entonces solo navegado por británicos y franceses hasta la confluencia con el Paraguay. No era una misión extraña: los imperios de la época acostumbraban a hacer Inteligencia sobre territorios de ultramar en busca de materias primas o acuerdos ventajosos para su propia producción y los barcos artillados eran una herramienta común.
El comandante del "Water Witch" era Thomas Jefferson Page, pero el viaje se hizo en el contexto una creciente hostilidad entre el Paraguay gobernado por Carlos Antonio López y el Brasil bajo el mando del emperador Pedro II.
Como detrás del Brasil estaban los intereses de Inglaterra, EEUU quedó en medio de una serie de intrigas que a largo plazo los hizo desistir de la aventura sudamericana para no confrontar con la, por entonces, la potencia dominante.

Un país de aventuras
Un año antes, el gobierno de EEUU designó cónsul en Asunción a Edwards A. Hopkins, el primero de una larga serie de chiflados pintorescos que llegó al Paraguay por primera vez en 1845 como una suerte de Indiana Jones, pero en busca de fortuna. Era un sujeto entusiasta y algo absurdo de poco más de veinte años, que quedó tan impresionado por el potencial del Paraguay que decidió impulsar su economía personal y la del país, por lo que se convirtió en un ardoroso propagandista de fabulosas riquezas potenciales y en apasionado defensor de la independencia de la República, ya cuestionada por la Federación Argentina, dirigida entonces por el gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas.
Aventurero de película, rápidamente creó la empresa marítima "United States and Paraguay Navigation Company", con domicilio legal en Rhode Island. Hopkins consiguió cartas oficiales que lo acreditaban como agente del gobierno de los EEUU y logró introducirse en los círculos gubernamentales y conocer al presidente Carlos Antonio López.
Todo estaba bien con Hopkins en Asunción, se le hizo saber, siempre y cuando no hiciera negocios con Brasil. Y precisamente eso fue lo que hizo, navegando hasta Corumbá, aguas arriba de Asunción, lo que terminó con la paciencia de López.

El lunático que provocó a López
Hopkins era un delirante, pero en un país donde todo estaba por hacerse logró prosperar montando una fábrica de cigarros al estilo habano, un aserradero a vapor, una mantequería, un molino de trigo, un ingenio de azúcar, dos desmotadoras de algodón, una ladrillería mecánica y varios otros talleres industriales, que permitieron a López contar con un buen flujo de divisas. Frenético de iniciativas, tanto se asemejaba a "Un yanqui en la corte del rey Arturo", que Mark Twain lo tomó de modelo para el protagonista de la divertida novela del mismo nombre.
Las empresas tuvieron un éxito espectacular, reflejado en el poder adquisitivo de la población y el súbito incremento del comercio exterior. Hubo dificultades cuando al inquieto e insaciable Hopkins se le subieron los humos. Pretendió que Paraguay no permitiera la libre competencia, y -lo peor- comerciar con Brasil pasando delante de Asunción sin pagar derechos de navegación.
Un día el hermano de Hopkins, Clemente, intentando seducir a una dama, se cruzó en la calle con un soldado de caballería de apellido Silvero, quien le pidió que se apartara para permitir el paso de una tropilla, algo que para el estadounidense fue inconcebible: intentó pegarle con la fusta al paraguayo, que desenvainó el sable y de un planazo lo tiró a la calle llena de estiércol.
Enterado Edward de lo ocurrido a su hermano, se presentó en la casa de gobierno en traje de montar y empuñando un rebenque, apartó de un empellón al centinela y entró sin anunciarse en el despacho del Presidente.

La amenaza de Hopkins
Ante la sorpresa de don Carlos, que en vano trató de tranquilizarle, Hopkins se desató en furiosos improperios, exigió el inmediato castigo al soldado y amenazó, caso contrario, con una intervención armada de EEUU.
-¡Así han comenzado los EEUU en México, en las Malvinas, Buenos Aires, Montevideo y el Brasil! ¡Ahora le tocará al Paraguay! –gritó, revoleando el rebenque ante los sorprendidos paraguayos, que observaban con atención el lenguaje corporal de López, listos para caerle encima al atrevido extranjero.
El viejo López era hombre de pocas pulgas y por mucho menos había sacado a empellones de su despacho al ministro brasileño Pereira Leal. Pero, tomando en cuenta que estaba en presencia de un energúmeno y de lo que estaba en juego, no perdió la calma. Le recomendó que presentase sus reclamos por escrito, pero acto seguido ascendió al soldado que hizo respetar el uniforme del país y canceló los permisos de navegación de Hopkins. Este intentó reclamar un millón de dólares como indemnización y, aprovechando el paso del "Water Witch", aseguró que aquella pequeña nave y sus modestos morteros "bombarderán Asunción hasta borrarla del mapa".
Fue la última bravuconada de Hopkins, que debió abandonar el país mientras López firmaba un decreto prohibiendo el paso de naves de guerra por sus aguas, con lo que se sacaba de encima a los norteamericanos y abría la puerta a la guerra con el Brasil.

Invadan Paraguay
En tanto, el pequeño "Water Witch" navegaba tranquilamente de regreso a la confluencia, con la idea de remontar el Paraná hasta la isla Apipé para relevar los rápidos (hoy bajo las aguas del lago de Yacyretá), ya que comandante y tripulación gozaban de la simpatía del gobernador correntino Manuel Antonio Ferré.
Sellada la enemistad del gobernante paraguayo con el aventurero, Hopkins operó en Washington para convertir a López en el enemigo de los EEUU. En círculos oficiales y entre de los íntimos del presidente Pierce y luego de Buchanan, comenzó a crecer la propaganda que alentaba una intervención militar norteamericana al Paraguay, "país de berberiscos asiáticos, excrecencia del cuerpo internacional… menos civilizado que el sultanato de Moscato", afirmando en sus diatribas que los sudamericanos eran bárbaros que "Deben recibir un trato adecuado. Hablar con ellos es una pérdida de tiempo; hay que hablarles con nuestros cañones".

Combate de Itá Pirú
El 1º de febrero de 1855 el "Water Witch" trató de forzar el paso ante el fuerte de Itá Pirú, frente a la actual ciudad turística de Paso de la Patria, no con intención de provocar al Paraguay, sino porque la bajante lo obligaba a tomar un brazo que corre en jurisdicción paraguaya.
Precisamente por la bajante estacional, el "Water Witch", asistido por un práctico de origen correntino, encalló en el canal principal (hoy estaría a la vista de Paso de la Patria) y su comandante decidió retroceder y continuar aguas arriba a través del canal secundario, ya en dominios paraguayos, violando el decreto de López que le habían acercado los militares en una canoa de remos.
Ante la intención del norteamericano de forzar el paso, el jefe de la guarnición paraguaya ordenó disparar dos cañonazos de advertencia. El relato histórico dice que los estadounidenses respondieron burlándose de la mala puntería de los artilleros, que en realidad no habían cargado proyectiles para evitar un conflicto mayor.
Según los mismos relatos paraguayos, el barco norteamericano respondió el fuego con munición real y disparos de armas livianas, tras lo cual los paraguayos lanzaron un cañonazo más que dio en la timonera, matando a un tripulante y dejando al barco a la deriva. El "Water Witch" retrocedió, llevado por el río hasta el puerto de Corrientes.
La misión punitoria
Que un barco imperial (EEUU se visualizaba en la época con el derecho a gobernar sobre los territorios de América del Sur y el Caribe), haya sido atacado por fuerzas de un pequeño país mediterráneo al que habían representado como incivilizado y atrasado, no ameritaba otra cosa que una respuesta acorde.
En mayo de 1857, azuzado por la prensa y los rumores falsos que había dejado correr Hopkins, el Congreso de EEUU aprobó el envío de una "pequeña expedición" compuesta por veinte barcos y 2.900 soldados, que zarpó en octubre de ese año. Durante el brindis por el éxito de la expedición, en un rapto de desbordante exuberancia geopolítica, un oficial expresó: "Levanto mi copa por que se terminen nuestras dificultades con el Paraguay y que terminemos por anexar toda la cuenca del Río de la Plata".
La "pequeña expedición" contaba con marines ya entrenados para lo que luego sería la terrible guerra entre el sur agrícola y el norte industrial de EEUU y llegó a la región a comienzos de 1859.
Norteamericanos en el Paraná
Carlos Antonio López (padre de Francisco Solano, actor principal de la guerra de la Triple Alianza años después) fue un hábil nacionalista y diplomático. Es considerado el padre de la primera modernidad (1840-1870), y procuró acercar al Paraguay a los bienes de la cultura universal sin descuidar por ello el ejercicio de la soberanía. Su gobierno se destacó por las varias reformas que contribuyeron al progreso del país en los aspectos políticos, económicos y culturales.
Los norteamericanos, desconocedores de la región, decidieron fondear frente a la ciudad de Corrientes y adelantaron al vapor Fulton con rumbo a Asunción para negociar con López la indemnización enorme que reclamaba Hopkins por la nacionalización de sus empresas y la reparación a la familia del marino muerto en Itá Pirú.
Para sorpresa de todos los que esperaban una recepción a cañonazos, ni bien los estadounidenses llegaron fueron recibidos como visitantes ilustres, y López se encargó de que no les faltara nada, sobre todo alcohol y mujeres, mientras el general argentino Justo José de Urquiza operaba diplomáticamente para evitar una invasión. "Yo no sé qué se cree ese viejo malavueltas. Cualquiera diría que es el que tiene una flota con 200 cañones", comentó Urquiza a sus cercanos, pero su deseo de preservar la paz en la región se impuso. Finalmente, don Carlos consintió de malos modos: "Está bien, estoy dispuesto a regalar de 200 o 300 mil dólares para comprar la paz, no porque considere justa la demanda".
Pero los estadounidenses tenían instrucciones de no transar por menos de 500 mil, y don Carlos lo sabía. Se mostró inamovible, excepto al reconocer el pago a la familia del ignoto marino norteamericano muerto en el Paraná. Cuentan que le dijo al ministro Vázquez, que le aconsejaba prudencia: "Ipy'amanóma hikuái, noñorairomoái (ya tienen el alma muerta, no van a pelear)". Ningún norteamericano del Fulton quería pelear; todos tenían "novias" y comían y bebían como reyes todos los días.
Con gran satisfacción, Urquiza salió a dar la noticia del acuerdo mientras López decía "Ya tenemos paz merced a los buenos oficios y consejos de mi buen y gran amigo el general Urquiza. Todo está concluido". Urquiza, conocedor de cuán permeable era López a los halagos, respondió: "Sí, tenemos paz porque Vuestra Excelencia ha comprendido que el promoverla es el primer deber de los que estamos encargados de los destinos de un pueblo".
El capítulo final de esta curiosa historia se desarrolla en el palacio de López, adonde llegó Samuel Ward, secretario del juez comisionado Bowlin (ambos pasajeros del Fulton) para ultimar detalles del protocolo y de un acuerdo comercial con EEUU que no involucrara naves de guerra. Nunca se sabrá lo que hablaron, pero se entendieron, y es dable presumir que fue un entendimiento más profundo que un feo caso de soborno.
De esa manera rocambolesca terminó la primera y única invasión de marines y barcos estadounidenses al Paraguay.