La tala del timbó de Margarita Belén no es un hecho aislado
Señor director de NORTE:
En estos días muchos chaqueños se manifestaron y otros nos hicimos eco de sus denuncias sobre talas indiscriminadas de árboles.
El más reciente y sonoro, por su tamaño, antigüedad y belleza, por la vida que cobijaba y por el lugar que ocupaba en la memoria colectiva, fue el timbó de Margarita Belén.
Quizás también el más sonoro por la fuerza con que fue defendido por distintos colectivos y personas.
Pero sobre todo por la manera vergonzosa con que su derribo fue justificado por el intendente de la localidad y por el modo en que se ejecutó la tarea, durante la noche, un día feriado, tratando de evitar lo inevitable: la mirada atenta de los vecinos. Esta opacidad no hizo más que visibilizar de manera contundente la sinrazón, la ausencia de argumentos y el miedo a ser observado en un acto que en otros países sería penalizado.
Pero la tala del timbó de Margarita Belén no es un hecho aislado. Es un símbolo de la barbarie que desde hace unos años estamos viviendo los chaqueños, en El Impenetrable, junto al río Negro, en nuestros parques (Argüello, De la Democracia, Ávalos), en nuestra Plaza 25 de Mayo, a lo largo de la Av. Nicolás Avellaneda, en cada una de las obras de pavimentación.
Y no es sólo el intendente de esa ciudad, es la acción del gobernador o la del intendente de Resistencia, la inacción de cada uno de los funcionarios con poder de decisión dentro de los organismos públicos de control, son los diputados y los concejales que legislan a favor de determinados intereses privados y propios, en detrimento del bien común. Me refiero, por ejemplo, a la Ordenanza 13756 aprobada por concejales oficialistas y de la oposición de Resistencia, en fechas de distracción navideña (21/12/2021), que permite avanzar y destruir con la urbanización los escasos ambientes naturales que subsisten y que además son los grandes amortiguadores de sequías e inundaciones.
Tampoco son solo los gobernantes, hay vecinos y comerciantes que cortan árboles, hay maquinistas que cercenan las raíces de los árboles, hay quienes se ensañan en las podas, quienes hacen negocios hormigonando áreas verdes o de reservorio, quienes hacen fuego junto a los troncos, profesionales que consideran irrelevante sacar un árbol o impermeabilizar veredas. Ante el espanto y perplejidad que generan estas acciones impunes y el descreimiento generalizado de poder frenarlas, algunos guardan silencio. Otros, a pesar del abatimiento de no haber podido evitarlo, renuevan compromisos y esfuerzos y nos invitan con sus luchas a levantar con más fuerza la voz.
Hasta que ésta no sea suficiente, nos encaminamos a pasos firmes hacia un lugar que cada vez será más inhóspito para vivir, donde las temperaturas serán más elevadas, donde padeceremos más las sequías y las inundaciones. Para explicar lo que nos pase, no podremos ampararnos en el omnipresente "cambio climático", ni en la repetitiva justificación de "lluvias, crecientes o sequías extraordinarias".
Los motivos estarán en cada una de estas acciones que no pudimos o no hicimos lo suficiente para evitar y en la soberbia de quienes las hicieron creyendo en la posibilidad de disponer arbitrariamente de ríos, lagunas, bajos, montes y árboles sin afectarse a ellos mismos. Inhóspito también porque en estos años no se ha construido espacio público, sino se lo ha destruido. Con total indefensión hemos asistido al cercamiento de plazas y parques, al inicio de obras inconsultas, innecesarias, de pésima calidad.
Obras que "invadieron" los escasos espacios verdes y libres necesarios, de disfrute colectivo. Obras de origen espurio, que han quedado paralizadas, abandonadas, y de cuyos costos sociales y ambientales nadie se hace cargo. Sería demasiado extensa la lista, pero podríamos ilustrarla con algunos ejemplos: la plataforma que se cobró un par de árboles en el Parque de la Democracia y que no tiene destino desde elecciones pasadas; los movimientos de suelo y explanadas de hormigón en lo que corresponde al área de reservorio de la Laguna Argüello; los bancos de hormigón en los que nadie podrá sentarse en verano; la remoción de paradas de colectivo sin ser reubicadas.


Seguramente el gobernador y los intendentes podrán responder con números de calles y kilómetros de rutas pavimentados, nadie lo pondría en duda. Pero conviene recordar que el pavimento solo es un modo de consolidar una calzada destinada a los coches. Pavimentar no es sinónimo de construcción integral de una calle y mucho menos de generación de espacio público. La calle es el espacio de dominio público que va de línea municipal a línea municipal, incluye aceras y calzadas. A lo largo de ella se deben canalizar infraestructuras, plantar árboles, gestionar los ajardinamientos y la disposición del mobiliario urbano. La calle debe posibilitar los distintos tipos de movimiento de manera segura (peatonal, ciclista, motociclista, en transporte público, en automóvil), promover encuentros, ser un espacio de socialización y urbanidad.
La calle, bien concebida, adecuadamente diseñada y gestionada, debe resolver problemas, no generarlos. Estas obras de pavimentación no están incluyendo en la mayoría de los casos los desagües pluviales necesarios, no están resolviendo las veredas ni las continuidades peatonales, están mutilando árboles en lugar de plantar muchos otros, impermeabilizan cada vez más el suelo y contribuyen a elevar las temperaturas de la ciudad.
Mientras se avanza en la pavimentación de nuevas calzadas las ya pavimentadas están cada día más destruidas y en ninguna de ellas se sabe cómo gestionar la movilidad que diariamente se cobra vidas. Las veredas son una sucesión de desniveles y barreras, baldosas rotas, acopio de basura, o incluso, son un espacio quitado al peatón porque el mismo Municipio incumple la norma de garantizar el paso peatonal frente a las obras en construcción, como ocurre en todo el perímetro de la Plaza 25 de Mayo desde hace ya un año. Entre todas las expresiones que leí y escuché estos días hay una que no comparto.
Con desazón se dice que "ganó la avenida", para significar que se perdió el timbó. Creo que lo que ganó fue la ineptitud o la ignorancia de no saber que hay otros modos de urbanización posibles. La avenida de Margarita Belén también perdió la posibilidad de ser un ejemplo de urbanidad y de respeto por la vida, de ser un espacio público bello, con sombra, con identidad, de calidad ambiental.
Con cada timbó, lapacho, chivato, ibirápitá derribado, perdemos un poco más la posibilidad de un futuro distinto al que nos encaminamos irreversiblemente con este tipo de obras.
Laura Alcalá
DNI 18.395.072