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El impacto de la sequía

La sequía extrema que afecta a varias regiones del país golpea prácticamente a todos los sectores productivos.

Se estima que casi la mitad del territorio nacional sufre las consecuencias de una emergencia hídrica que no registra antecedentes en la historia reciente. En el Chaco, según datos oficiales, el déficit hídrico acumulado en los últimos tres años alcanzó una marca cercana a los 1.000 milímetros, lo que revela la seriedad del problema y obliga a tomar conciencia del verdadero alcance de la emergencia.

Son horas difíciles para la producción. Por eso, hoy más que nunca hay que escuchar las voces de quienes sufren en carne propia la dureza de una falta de precipitaciones que, a la hora de golpear con dureza el trabajo en el campo o de los pescadores del Paraná, no hace ningún tipo de distinciones.

Afecta a toda la escala de productores. Solo en nuestra provincia, de acuerdo a la información oficial, el déficit hídrico acumulado en los últimos tres años muestra un 35% por ciento menos de lluvias si se lo compara con el régimen promedio de precipitaciones para esta zona.

Eso se tradujo en lagunas que se secan, dificultades para asegurar agua para animales, pérdida de cosechas, caída de stocks ganaderos y una larga lista de inconvenientes que solo quienes los padecen en forma directa, es decir, en el terreno, comprenden la magnitud de la emergencia.

Por eso es importante escuchar el testimonio de quienes advierten que hace mucho tiempo que no se veía algo así en el campo, especialmente en zonas que en años anteriores se venían beneficiadas con un régimen de lluvias que permitía cultivar y hacer, por lo menos, algunas proyecciones positivas.

En los últimos meses, en cambio, el déficit de lluvias fue de tal magnitud que algunos campos, por ejemplo, tienen actualmente más de la mitad de la superficie sin sembrar, con el agravante de que lo que se sembró podría perderse por la falta de humedad de los suelos.

En octubre pasado la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) publicaron un informe con las perspectivas agrometeorológicas de la próxima campaña agrícola. Allí se observaba que en períodos de sequía los esfuerzos deben estar orientados a lograr que la gestión del agua permita reducir al mínimo el impacto de la escasez.

En ese sentido, agregaba el documento, la gestión del riesgo planificado se convertía en una de las herramientas más efectivas para hacer frente a este tipo de anomalías climáticas, y por eso resultaba fundamental que el sector productivo tenga información sobre los pronósticos a corto y mediano plazo.

Según los especialistas, en años caracterizados por el fenómeno meteorológico que deja precipitaciones inferiores al promedio, el problema no es solo la cantidad de agua sino la modificación en el comportamiento de las precipitaciones y por eso se deben adoptar las mejores decisiones para minimizar daños y pérdidas vinculadas a las sequías y lograr que la gestión del agua en épocas de escasez permita afrontar el problema con mejores herramientas.

La falta de precipitaciones nos coloca frente a una de las peores sequías de las que se tiene registro en varias décadas, con todo lo que eso implica por las consecuencias económicas y sociales que produce este fenómeno en las cadenas de valor agropecuarias y agroindustriales, es decir, en las economías regionales.

En septiembre pasado el Consejo Agroindustrial Argentino (CAA), un espacio institucional conformado por cámaras y entidades que representan a las economías del agro, la actividad forestal, la pesca y sus respectivas industrias de todo el país, había publicado un comunicado alertando que el país se encontraba "ante la posibilidad cierta de enfrentar una de las peores sequías de las últimas décadas".

En ese sentido, la entidad advertía que la campaña agrícola 2022/23 avanzaba "bajo un escenario climático adverso, que podría tener impactos significativos sobre la producción y las empresas agropecuarias en las distintas provincias del país".

No se equivocó con el pronóstico. Por eso hoy hay que volver a hablar de una política integral para la gestión de los riesgos y al mismo tiempo hacer un nuevo esfuerzo para tratar de comprender la verdadera dimensión del problema.