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Sergio Schneider

Director periodístico

Es solo un juego

A años luz de los criterios y valores de Lionel Scaloni, los entrenadores estelares y los capitanes de la política argentina van por la otra mano de la ruta. Llenan de llamas y arcos voltaicos una atmósfera cada vez más inflamable.

"Habría que tener un poco más de sentido común, solo es un partido de fútbol. Pero es difícil hacerle entender a la gente que mañana igual sale el sol, se gane o se pierda". Lionel Scaloni lo decía en la conferencia de prensa posterior al partido que Argentina le había ganado a México, una prueba brava porque definía si la Selección Nacional sobrevivía a la derrota del debut, ante Arabia Saudita, o terminaba de hundirse y debía retirarse de Qatar.

Esa segunda posibilidad, claro, nos sonaba a catástrofe cósmica. Era el infierno más temido luego de que los árabes sorprendieran a todos –pero principalmente a nosotros, los argentinos- al dar vuelta el encuentro disputado con el equipo de Messi. Si los rivales -en teoría- más débiles del Grupo C lograban ganarnos, ¿qué podíamos esperar de los dos duelos restantes, contra mexicanos y polacos?

Nuestro dramatismo genético, el periodismo deportivo veleta y las redes sociales amplificaron la magnitud y la significación del revés. Scaloni y sus jugadores eran los peores, aunque apenas dieciséis meses antes habían conquistado la Copa América venciendo nada menos que a Brasil (y a domicilio: en el mítico estadio Maracaná, rompiendo una racha de 28 años sin títulos). Cinco meses después de golear a Italia en Londres, en la "Finalísima", duelo que enfrenta a los campeones de América y de Europa.

Esas referencias permiten –a los no tan adeptos al mundo del fútbol- entender mejor el contexto de la reflexión del DT argentino, el 26 de noviembre pasado. Él y el resto de la Selección habían vivido una presión feroz en los días previos. En el país en el que todo está permitido, lo único prohibido era quedar eliminados del Mundial.

El fútbol como vida

En aquel contacto con los medios, Scaloni se ocupó -ante varias preguntas- de comentar cuál es su mirada sobre la manera en que vivimos en nuestro país todo lo que gira alrededor de la pelota, en particular cuando esa galaxia está nada más y nada menos que metida dentro de un Mundial. En todos los casos apuntó a lo mismo: el fútbol es un juego. La carga extra que le ponemos encima corre por nuestra cuenta.

Por supuesto que las afirmaciones de Scaloni generaron polémica. No es tan sencillo coincidir con ellas. La gran mayoría de los latinos –y de los amantes del fútbol en todo el mundo- vivimos ese juego como una representación en escala de la vida. Como analizara Alejandro Dolina en un texto memorable sobre el tema, en un partido de fútbol –de una liga híperprofesional o de un barrio de Resistencia- los jugadores repiten lo que son en el resto de sus existencias. El que se entrega por los demás en su vida cotidiana también lo hace sobre el césped del estadio o sobre el polvo del baldío. Quien cada día busca la gloria personal no abandona ese objetivo cuando corre detrás de la pelo. El valiente permanece valiente; el cobarde no abandona su condición; el miserable no se engrandece ni el generoso se envilece. 

También Eduardo Galeano dejó relatos conmovedores acerca de cómo el fútbol, en las culturas más disímiles, derrumba los muros que no puede tumbar la política, genera hermandades donde solo parecía haber fracturas o permite algo muy semejante a la felicidad en los contextos más tenebrosos.

La mirada scalonística

Con esas salvedades, hay algo de noble en el pensamiento de Scaloni y en su decisión de exponerlo. En primer lugar, porque seguramente no ignora que expresarse en esos términos va a contramano de nuestro deseo más irrenunciable: que nuestra Selección gane todo y lo gane siempre. Una exigencia curiosa de parte de una sociedad que, sin embargo, en cuestiones mucho más importantes no se ha sentido incómoda por apoyar casi ininterrumpidamente todas las variantes del fracaso. ¿Cómo que ganar o perder no hace la diferencia? ¿Cómo que lo que sucede en la cancha es solamente un juego?

Pero además, se suma otro mérito del entrenador: no lo dijo luego de una derrota, por ejemplo al cabo del tropezón con Arabia, como buscando excusas y atenuantes, sino tras el triunfo revitalizante obtenido con México. Podría haberse trepado al entusiasmo general y subirle aún más la cotización al resultado de ese día. Decir que todo había salido perfecto, que habíamos aplastado al rival y que todo se debía a sus condiciones innatas para liderar las grandes batallas de la argentinidad. Lo hubiera podido matizar con algunas chicanas a los derrotados y admoniciones filosas contra Polonia, el adversario que seguía en la agenda. Todo con el cuello inflamado, el dedo índice agitado al infinito más algún beso a la celeste y blanca.

En vez de eso, el poco marketinero técnico nacional mantuvo su estilo sencillo, su escaso feeling con las cámaras y la prensa, y repitió la herejía una y otra vez: "Es solo un partido de fútbol".

Las otras canchas

A años luz de los criterios y valores de Scaloni, los entrenadores estelares y los capitanes de la política argentina van por la otra mano de la ruta. Llenan de llamas y arcos voltaicos una atmósfera cada vez más inflamable, en la que la malaria económica de millones no deja demasiado espacio para nuevos padeceres. Pero pese a ello, se las ingenian para hacerles lugar a la rabia, el desprecio, la irracionalidad.

Cristina Kirchner, acorralada por años de investigaciones judiciales en los que jamás dejó de contar con su derecho a la defensa, y alojada en el poder durante 15 de los últimos 19 años, dice que la condena dictada por un tribunal conformado de acuerdo a las normas de la Constitución vigente, es "un fusilamiento". Como si no hubiesen escuchado los argumentos de los fiscales, un amplio coro de funcionarios, legisladores, dirigentes, hablaron de "sicariato judicial" y "atentado a la democracia". ¿En cuáles otros países son los acusados los que juzgan a los tribunales?

La oposición no se queda atrás. El clima de confrontación permanente le hace olvidar con frecuencia que los gobiernos kirchneristas, aun con todo lo que hay para reprocharles, fueron consagrados por el voto popular y que ese mismo sufragio universal también les dio a ellos la oportunidad de mostrar algo diametralmente distinto, sin que lo hayan concretado. Hasta hubo dirigentes que se negaron a solidarizarse con la vicepresidente luego del intento de homicidio del que se salvó milagrosamente.

En el Chaco, la aprobación de una reforma electoral entre gallos y medianoche fue, sin dudas, una jugada que atrasa décadas en la convivencia democrática local. Pero la avivada del Frente de Todos no permite decir que lo que se está gestando para 2023 sea un fraude, como afirma Juntos por el Cambio. Bajar las primarias abiertas y activar el sistema de listas colectoras sin dudas que es un cambio que lleva toda la intención de favorecer al PJ y dinamitar la interna radical, pero también es verdad que los votos se seguirán contando con todos los controles habituales. 

Es que entre tantas cosas perdidas desde el retorno al Estado de Derecho, casi cuatro décadas atrás, también se licuó el valor de las palabras y la necesidad de manejarlas con responsabilidad. El gobernador, el año pasado, en el cierre de campaña de su coalición, llegó a citar la parábola bíblica de la oveja perdida para instar a dirigentes y militantes a "buscar la conversión de aquellos pecadores, de aquellos que se fueron, de aquellos que creen que existen otras alternativas".

Lo curioso es eso. Scaloni, conductor de un equipo de fútbol, busca atemperar las pasiones. No agrede, no alimenta la irracionalidad, no busca sacar lo peor que llevamos dentro. Incluso bajo el riesgo de que se le atribuya no estar a la altura de las circunstancias ni del sentir popular. El DT cree que, finalmente, él es parte de un fenómeno lúdico y nada más. 

Nuestras figuras públicas, que ocupan roles mucho más serios y toman decisiones que afectan la vida de millones de familias, no pacifican y optan por recalentar constantemente la convivencia de un modo peligroso. En su fuero íntimo difícilmente crean en todo lo que dicen, pero lo sobreactúan sin frenos. Como el juego que no es.