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Guerra en Europa

Los bombardeos rusos en suelo ucraniano reavivaron viejos fantasmas en Europa, un continente que por estas horas padece en su territorio el mayor conflicto bélico desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial. El enfrentamiento se produce justo en momentos en que los países de la eurozona empezaban a dejar atrás a la crisis del Covid-19.

El miedo y la angustia se apoderaron de las calles de Kiev en pocas horas. La mayoría de los que viven en la capital ucraniana no creía que Putin daría la orden de atacar. Al fin y al cabo, el mandatario ruso había asegurado que no quería una guerra en Europa. Al menos eso fue lo que dijo en una conferencia de prensa que ofreció la semana pasada en Moscú junto al canciller alemán, Olaf Scholz. Los ucranianos más memoriosos aseguran que un clima de temor similar en la región se vivió hace más de medio siglo cuando los tanques soviéticos invadieron Checoslovaquia. Así lo afirman a periodistas que cubren desde Kiev los pormenores del conflicto y que minuto a minuto suben a sus redes sociales imágenes de una jornada triste para Ucrania, Europa y el mundo. Para algunos analistas occidentales se está frente a una crisis grave que, por su magnitud, solo registra antecedentes en los días de la Segunda Guerra. Las primeras explosiones que se escucharon en la zona céntrica de la capital ucraniana, a eso de las cinco de la mañana, dispararon las alarmas antiaéreas instaladas en la ciudad. A las pocas horas el paisaje se transformó: las rutas de salida de Kiev se convirtieron en un cuello de botella con vehículos intentando escapar del epicentro del conflicto, lo que confirma que el ataque tomó por sorpresa a buena parte de la población. Los que con suerte alcanzaron a llegar a la frontera entre Ucrania y Eslovaquia tuvieron que esperar largas horas en las extensas filas de kilómetros y kilómetros que se formaron en las rutas, desoyendo las recomendaciones del gobierno ucraniano de permanecer en los hogares para no exponerse a posibles ataques de helicópteros y aviones rusos a cielo abierto. Como ocurre en todos los conflictos armados, la vida cotidiana de la gente común se convierte en una pesadilla. Y esta vez tampoco fue la excepción: largas colas en las estaciones de servicio, en los cajeros automáticos y en supermercados que solo venden en efectivo. La desesperación por escapar de la guerra no deja pensar con claridad. Para colmo, si no se detienen los ataques, en los próximos días vendrá lo peor, es decir, cortes en el suministro de electricidad y de agua. En el resto de Europa la preocupación comienza a crecer y el temor aumenta en las capitales que están más cerca de la zona de conflicto. Motivos no faltan. Todo hace prever que habrá un encarecimiento del gas, un servicio por el que ya se paga un valor bastante alto, y la incipiente inflación que inquieta a algunos economistas del viejo continente podría agravarse de la mano de las sanciones económicas que anunciaron la Unión Europea y los Estados Unidos contra Rusia. En Alemania, en tanto, muchos lamentan el retiro de Ángela Merkel del escenario político, asegurando que ella sabía cómo tratar a Putin y, por lo tanto, lo habría convencido de agotar todas las instancias de negociación para evitar una guerra, dejando de lado su intención de restablecer "una esfera de dominio ruso en zonas de la antigua Unión Soviética", tal como definió la ex secretaria de Estado de EE.UU., Madeleine Albright, en un artículo que escribió para el diario The New York Times en el que opina sobre la crisis en Europa del este. La idea de una Europa capaz de resolver sus conflictos de manera pacífica con Rusia parece quedar atrás ante una crisis que desembocó en una guerra convencional, es decir, con aviones, misiles, tropas y tanques en las calles, y con un país invadido como Ucrania que ya convocó a civiles a sumarse a milicias para enfrentar la amenaza. "Cualquiera que sea capaz de sostener un arma puede unirse", fue el mensaje de las autoridades, una frase que revela, de alguna manera, qué tan lejos ha llegado la tragedia.