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El Cordobazo, 50 años después

El umbral de una nueva época histórica

A partir de 1967 se avizoraba en el seno de la iglesia católica de Latinoamérica, una renovación ideológica y una transformación en el plano doctrinario y filosófico.

Al año siguiente, en el Documento de Medellín, los obispos latinoamericanos emitieron un enérgico pronunciamiento que influyó notablemente en el imaginario colectivo de la grey católica: “El umbral de una nueva época histórica de nuestro continente, llena de un anhelo de emancipación total, de liberación de toda servidumbre, de maduración personal y de integración colectiva”. Fue un grito de rebeldía de los custodios de las leyes cristianas, que provocó entre otras acciones el surgimiento del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.

El movimiento se perfiló entre los curas que trabajaban fundamentalmente en sectores villeros, los que pasaron a difundir el nuevo mensaje evangélico, en cuanta homilía fuera posible. Su ‘opción por los pobres’ hizo empatía con los militantes obreros y estudiantiles, que sentían la influencia de distintos movimientos a nivel planetario. El triunfo de Vietnam sobre EEUU; el influjo de la revolución cubana y el ejemplo combatiente del Che Guevara; la Primavera de Praga y el Mayo Francés de 1968, fueron procesos que calaron muy hondo en el pensamiento de quienes querían un cambio en las estructuras del capitalismo decadente y opresor.

La dictadura del general Onganía, que había aprendido las lecciones (junto a la cúpula militar argentina) en la Escuela de la Américas, (organismo de prácticas de contrainsurgencia, golpes de Estado, torturas, creado por EEUU), había hecho bien los deberes y sacó del poder al presidente Arturo Illia el 28 de junio de 1966. Sus medidas liberales, represivas y antipopulares, generaron un polvorín de descontento popular en todo el país.

Teléfono para Tosco    

Quien llamaba al líder del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba era Jorge Canelles, dirigente de la Uocra y del Partido Comunista. Le propuso a Agustín Tosco una reunión con Elpidio Torres de la Unión Obrera Metalúrgica, para organizar una gran protesta en la previa del paro general, impulsado por la CGT cordobesa, para el 30 de mayo de ese año. Tosco respondió afirmativamente. Se realizaría una movilización masiva para frenar los excesos de la dictadura y la policía cordobesas. Si bien Tosco simpatizaba con  el PC, nunca militó en ese partido. Pese a las diferencias ideológicas, la reunión se llevó a cabo y allí quedaron sentadas las bases de lo que sería una de las explosiones populares más importantes de la historia argentina.

Era necesario lubricar muy bien la logística de los gremios, que ya estaban divididos en dos CGT: la de Los Argentinos, liderada por Raimundo Ongaro y que planteaba una profunda reforma en el plano laboral y político; y la CGT Oficial, dialoguista, burócrata y conciliadora. Además de los dirigentes, prometieron ‘arrimar’ miles de militantes la Federación Universitaria de Córdoba (FUC), organizaciones políticas clandestinas, entre ellas el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT); los barrios, a través de sus comisiones vecinales y una comisión coordinadora; las mujeres que provenían de fábricas y de sindicatos que promovían sus derechos (bancarias, empleadas de comercio, de la administración pública, industria del vidrio, entre otras). Se las llamó las manzaneras por su accionar en las manzanas barriales las jornadas del estallido.

El pueblo movilizado  

Comenzaron a organizarse grupos de autodefensa que actuarían desde los techos, algunos de ellos portarían armas cortas. En las fábricas metalúrgicas  se fabricaron y repartieron centenares de hondas (gomeras) metálicas, recortes de metal, bulones y tuercas para usar como proyectiles.

Dos de los elementos de autodefensa más originales usados en el Cordobazo  fueron las bolillas de acero extraídas de los rulemanes. Cuando la caballería policial cargó sobre los manifestantes, los estudiantes desparramaron las bolitas por las zonas de combate, provocando la caída de los caballos. También usaron docenas de gatos, que fueron arrojados sobre la Brigada de Perros de la Policía, provocando un caos entre las fuerzas represivas.

Las bombas molotov quedaron en los techos de los barros más populosos, pero los clavos miguelitos fueron ‘regados’ por toda Alta Córdoba.  

En los barrios más populosos (Clínicas, Bella Vista, Güemes, Talleres) se prepararon materiales para barricadas y también se levantó un hospital de campaña.

En la planificación del movimiento popular se dispuso que el paro comenzaría el 29 de mayo, a las 10, adelantándose casi 24 horas al dispuesto por la CGT. Por avenida Colón ingresaron las columnas de Luz y Fuerza, encabezadas por A. Tosco, a la que se sumaron los trabajadores metalúrgicos y los estudiantes, los que se hicieron fuertes en Alberdi. Por avenida Vélez Sarsfield llegaron los obreros del Smata. Al mediodía eran miles, pero en el primer choque con la policía cayó asesinado el obrero metalúrgico Máximo Mena. A partir de ese momento cundió la bronca y la violencia se generalizó.

Los historiadores calculan que estaban en la calle unas quince a treinta mil personas. En dos horas la policía fue superada y debió retroceder a sus cuarteles. Los estudiantes impidieron el abastecimiento de combustible a las fuerzas represivas. Los vecinos arrimaron maderas, colchones viejos, cubiertas y otros elementos para alimentar las barricadas. Córdoba ardía como nunca antes había ocurrido.

Al caer la tarde los estudiantes destruyeron todos los focos callejeros y a las 20 horas el sindicato de Luz y Fuerza produjo un sabotaje eléctrico, cortando las luces de toda la ciudad.

Barrios ocupados

Los tizones hechos con grasa y humo sirvieron para pintar las paredes. Una de las leyendas es la que ocupa el subtítulo anterior. Otra pintada rezaba: “Barrio Clínicas, territorio libre de América”. El ejército fue convocado a las 13, pero recién llegó a las 17. En plena oscuridad comenzaron a actuar algunos francotiradores populares, con armas cortas, desde los techos. Al amanecer del día 30, las fuerzas armadas controlaron la situación. Pero ese amanecer fue distinto. Se estaba en el umbral de una nueva época histórica, como decía el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.  

La Argentina profunda, ‘los nadies’ (E. Galeano), ‘los de abajo’, se movieron. Estaban pariendo “la segunda independencia”, la de la América indígena, de Tupac Amaru, Bolívar, San Martín y Artigas; la de los fusilados en la Patagonia y en los basurales de José León Suarez.

Un nuevo amanecer estaba llegando. Su vigencia sería efímera. La Patria Grande, latinoamericana, morena, ancestral y majestuosa; la de Monteagudo, de Eva Perón, Martí y del Che, estaba gestándose.

Los pájaros cantaban porque amanecía, los combatientes del Cordobazo cantaban para que amanezca.