Para ver esta nota en internet ingrese a: https://www.diarionorte.com/a/231492
Sergio Schneider

Director periodístico

¿Hay alguien allí?

Las campañas electorales se desarrollan con una evidente dificultad de los postulantes -salvo excepciones- para ponerse a la altura de las circunstancias y del contexto. Pocos encuentran una manera de dirigirse al electorado que no resulte irritante.

La difusión de cualquier indicador de la realidad económica y social argentina se convirtió en una especie de ritual doloroso. Desde hace mucho es echar una cucharada más de sal sobre la herida de las frustraciones. A excepción de la clase dirigente en el poder y de aquella que todavía disfruta del colchón elaborado cuando le tocó el turno de estar allá arriba, el resto padece el agravamiento de condiciones muy concretas que no tienen solución cercana a la vista. Aunque se produzca el milagro de que el recambio institucional le entregue el timón del país a los mejores, serán necesarios muchos años de aciertos permanentes y de dientes apretados para recién luego comenzar a percibir mejoras verdaderas en nuestra realidad.

Como en un campeonato que se arranca perdiendo todas las primeras fechas, el margen de error se volvió mínimo o simplemente inexistente.

Un espanto

Los datos de inflación conocidos con relación a abril anulan cualquier intento de pintar al presente nacional como un tramo de prosperidad. ¿Qué puede funcionar y ser sustentable en un escenario de más de 100% de inflación interanual? Y, sobre todo, ¿qué respuesta se puede esperar de autoridades que frente a la magnitud del problema no se dan por aludidas?

El mes pasado, la comparación entre los precios de abril de este año y abril de 2022 marcó una inflación de 108,8% en esos doce meses. En el Chaco no estuvo muy lejos. La marca provincial fue del 107,8%, aunque llegó a ser todavía mayor en el rubro en el que más agotan hoy sus ingresos las familias: los alimentos, con incrementos promedio del 111,9% en el mismo período. ¿Qué salarios pueden sostener ese ritmo? Para colmo, los economistas hablan de un escenario mucho más complejo hacia fin de año, con una variación del Indice de Precios al Consumidor del 140 al 200% entre enero y diciembre de 2023.


En paralelo, pero como parte de un todo, a los índices de pobreza conocidos semanas atrás se sumó un informe de Observatorio de la Deuda Social Argentina, de la Universidad Católica, centrado en la situación de la infancia y la adolescencia. El relevamiento, basado en una encuesta realizada sobre 5.860 niños, niñas y adolescentes de todo el país (incluido el Gran Resistencia), aborda una amplia gama de categorías. Muestra algunas mejoras con respecto a los picos críticos alcanzados en 2020 y 2021 (los años de pandemia) pero mantiene valores de espanto.

Entre las referencias más dramáticas del trabajo está que 6 de cada 10 chicos de 0 a 17 años están en situación de pobreza (son 8,2 millones de pibes) y un 31% sufre inseguridad alimentaria (una reducción en la cantidad de alimentos en los doce meses previos no por una decisión propia sino por problemas económicos), pese a que la asistencia estatal en ese aspecto pasó de aproximadamente el 40% de esa población en 2020 al 60% en la actualidad. Hay, en números absolutos, 4,2 millones de chicos que no tienen una alimentación suficiente, y el 59% de los menores debe acceder a algún tipo de ayuda oficial (por ejemplo, merenderos, módulos asistenciales, tarjetas alimentarias) para cubrir parte de sus necesidades de comida. Dentro de ese universo hay 1,6 millones de nenes y adolescentes que están en inseguridad alimentaria severa, lo cual significa lisa y llanamente que pasaron hambre en el año previo a la encuesta. 

Las mejoras que menciona el ODSA tienen que ver con un incremento en los niveles de escolarización, y una recuperación (con respecto a los tiempos de pandemia) en el acceso a la salud. Pero más allá de los datos relativos, los valores en sí mismos son malos. Más del 60% de los chicos no tiene cobertura de obra social ni mutual, por lo que depende totalmente de la salud pública. En la escuela, el 65% no tiene clases de computación y casi el 47% no recibe clases de idiomas.

En el Nordeste (Chaco, Corrientes, Formosa y Misiones) la indigencia infantil tuvo un descenso significativo (de un pico de 16,5% en 2021 a un registro de 11,5 en 2022) pero se incrementó la pobreza, que pasó de 54,0% a 57,1 (en el mismo período).

¿A quién le hablan?

Con todo ese marco de fondo, las campañas electorales (la nacional, las provinciales, las municipales) se desarrollan con una evidente dificultad de los postulantes -salvo excepciones- para ponerse a la altura de las circunstancias y del contexto. Pocos encuentran una manera de dirigirse al electorado que no resulte irritante.

Pongámonos por un momento en el lugar de ellos, los candidatos. ¿Cómo hablarle a ese sector de la sociedad, mayoritario, que siente que su bienestar y el de su familia vienen naufragando en cámara lenta? ¿Cómo hacerlo desde el lugar de quienes afianzan este modelo de país o contribuyeron en el pasado a mantener el rumbo? ¿Qué se puede prometer que no se haya dicho antes?

El desafío es tan difícil de abordar que lo que estamos viendo actualmente confirma esa complejidad. También expone lo poco que ayuda -a estos fines- haber vivido siempre en y del Estado. Se quedaron sin perspectiva. Un montón de gente que nos promete ser los mejores directores técnicos de la historia pero que nunca jugó al fútbol.

Debe ser por eso que se los ve tan fuera de sintonía con la realidad. Les cuesta menos respirar una hora bajo el agua que salirse del eslógan y la risa del afiche. Suponen que promocionarse en pintadas y carteles con sus nombres de pila en vez de con sus apellidos los vuelve automáticamente queribles. Suben a las redes sociales videos que sus asesores les hacen creer que los "humanizan" cuando en realidad, en el mejor de los casos, los ridiculizan o -en el peor- los delatan como seres que orbitan a varias galaxias de distancia de las expectativas de la gente común. 

En reversa

La acción política, en este punto, se desnuda de una manera grotesca, mostrando sus limitaciones y deformidades. Cuarenta años después de la recuperación de la democracia, en materia económica y social el cielo resultó ser una chapa pintada. Y eso que ni siquiera hacía falta saber: bastaba con copiar. A los vecinos, por ejemplo. Uruguay, Chile, Brasil, Paraguay, tienen moneda, inflaciones anuales de un dígito, reciben inversiones. 

El economista Esteban Domecq difundió hace tres días un dato terrible: desde 1974 a la fecha el PBI per cápita de los países de América Latina se incrementó un 110%. En esos mismos cincuenta años, el de la Argentina varió apenas un 15%. Nada casual que en ese medio siglo la pobreza haya pasado de afectar al 5% de la población a casi el 40.

¿Cómo sorprenderse entonces de que crezcan alternativas que caminan por los muros perimetrales del sistema? ¿Quiénes les hicieron el gran favor de conseguirles una audiencia dispuesta a casi cualquier cosa? 

Un consultor contaba, semanas atrás, que en un focus group (un análisis de la opinión pública sobre algún tema o alguna figura que se hace no mediante encuestas masivas sin con una charla a fondo con un número bajo de personas) con el que venía trabajando temas electorales, un participante definió al sistema político nacional como "un circo que se quedó vacío". La imagen es tremenda y a la vez certera.

Es que, en verdad, no se trata únicamente de lo que se dice, sino también de ver si todavía en las butacas hay gente. No solo los aplaudidores que uno paga, sino espectadores de verdad. Esos que pagan la entrada y que si el espectáculo es demasiado pobre silban o simplemente se van.