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La última sonrisa del mono

En una mañana de domingo fui arrebatado con la magia de esta historia -¿realidad o ficción?- de Eduardo Bolaños. Como al final del relato aparece nuestro querido Chaco For Ever, decidí compartirlo con ustedes…

"Buenos Aires, aula escolar (principio de año), un compañero nuevo que decía venir de Córdoba y que en su tonada tenía expresiones de su tierra, desconocidas por nosotros. Su pelo cortito y ensortijado hizo que lo apodáramos el "Mono", lo que él aceptó. 

"Desde el primer recreo nos sorprendió mostrando figuritas de futbolistas que salían en un diario de allá. Nos contó que era hincha de Racing, mientras nos nombraba a Juan Barbas y Gabriel Calderón. Como dudamos de si realmente sabía de fútbol, le volvimos a preguntar de quién era hincha. De Racing, contestó nuevamente… pero de Nueva Italia. Nos creó mayores dudas, porque en nuestro limitado universo de conocimiento futbolístico (7 años en 1980) no teníamos acceso a la información como se tiene ahora. 

"Por la noche lo consulté con mi viejo y me dijo "no tengo ni idea" (Si el contexto era en Resistencia, no lo hubiéramos desconocido. Le habíamos ganado la pulseada en el ingreso al primer Nacional, allá por 1967).

"Al Mono lo cargábamos diciendo que era un mentiroso, que ese cuadro no existía. Buscábamos hablar de nuestros equipos, y cuando le tocaba a él, volvía a insistir con Racing de Nueva Italia. No faltaba el que lo contraatacara: "¿Y de Primera?", para que todos nos riéramos. 

"Sin embargo, en ese 1980 el Mono comenzó a agrandarse cuando se enteró de que su querido Racing de Nueva Italia iba a participar del Nacional. Todos sus amigos pendientes de su equipo lo seguíamos por la radio, donde simplemente lo llamaban Racing de Córdoba para diferenciarlo del nuestro. 

"Cuando se lo conté a mi viejo me dijo que el único conocido era su técnico, Alfio Basile, quien había sido jugador de Racing de Avellaneda y de la Selección. Por el Mono, sus jugadores, ilustres desconocidos hasta el momento, nos acompañaron durante ésa década; Amuchástegui, Del Mul, Urruti, Gasparini, Noriega y Quiñones. Para locura del Mono -y nuestra- su cuadrito clasificó a la rueda final, mientras que nosotros nos sentíamos un poco parte de ésa épica. 

"Con mi viejo solíamos ir a verlo a Ferro o a River, pero ese domingo, por mi insistencia, fuimos hasta Avellaneda, donde el Rojo jugaba contra el Racing del Mono, que venía agrandado por haberle metido 4 en el partido de ida. Esa tarde perdieron 5 a 3, aunque al Rojo no le alcanzó. El humilde equipo del Mono estaba en la final. 

"Imaginé su alegría a la distancia, ya que eran vacaciones y lo vería al comienzo de las clases. De ese mismo modo imaginé su tristeza cuando perdió contra Rosario Central la serie decisiva. Aquel Racing cordobés fue el campeón sin corona. 

"Fuimos creciendo, siempre en el mismo colegio, y con el fútbol como gran aglutinador para jugarlo y charlarlo. Hacia mitad de los ´80, cuando se acercaba el fin de la primaria, aquel Racing de Córdoba había archivado el traje de gala para calzarse el overol, que se adaptaba mejor a su realidad. El descenso, otrora lejano, amenazaba con sentarse a su mesa. 

"Casi al terminar el segundo año secundario al Mono lo notamos distinto; casi sin alegría ni salidas ocurrentes. Pensamos que tenía que ver con el presente de su cuadro, hasta que un día, luego de un picado en Educación Física, nos confirmó lo peor; al terminar las clases volvería definitivamente a Córdoba debido a la salud de su abuela. Habíamos desandado la infancia y los inicios de la adolescencia todos juntos, y ahora la vida nos cruzaba una zancadilla. 

"Cuando le tocó despedirse nos prometió: "Cada vez que Racing juegue en Buenos Aires voy a venir, y ahí los quiero ver". El Mono cumplió su promesa de seguir a su equipo y solo faltó en aquel desempate contra Unión en cancha de Boca. Como el partido fue programado a mitad de semana, el Mono no pudo asistir (porque su papá laburaba). Sin embargo, toda la barra fuimos a la cancha por él. Esa tarde con mis amigos nos rateamos de Educación Física y sufrimos por él, ya que el partido terminó empatado y se definió por penales. Explotamos de alegría cuando el histórico arquero Juan Manuel Ramos atajó el último disparo que le dio la salvación. Nos abrazamos con todos los cordobeses que nos rodeaban y habían copado la tribuna.

"Llegamos al último año del secundario y con el Mono nos comunicábamos telefónicamente, preocupados porque su querido Racing, en un imaginario tobogán, se deslizaba cuesta abajo en la tabla de posiciones. Faltando pocas fechas lo acompañamos al Monumental, donde con garra y amor propio le hizo partido a River, que en el minuto final le ganó uno a cero. Todos nos preocupamos por el presente del equipo, menos el Mono, quien nos dijo "¿Qué pasa, che? Para nosotros, perder con River 1 a 0 es como ganar el Mundial, y lanzó su carcajada contagiosa".

Chaco For Ever vs Racing de Córdoba

"Presagio cumplido: Racing, pese a que sumó puntos importantes en las últimas fechas, tuvo que definir el desempate por la permanencia contra Chaco For Ever en la Bombonera.

"Al Mono solo lo alentaba un detalle: en la Bombonera se había salvado contra Unión de Santa Fe. También pensamos, por una cuestión de cábala (aquel partido contra Unión no había podido venir), que el Mono no asistiría. Uno de los pibes dijo "Ni ahí que el Mono se está por perder ese partido. Ese día lo tenemos acá". Y así fue: ese 25 de mayo, soleado pero frío, nos encontramos con él y su papá en la esquina de Brandsen y Patricios, donde dejaron el fiel auto que los acompañaba en sus travesías desde Córdoba. Nos instalamos en el centro de la popular y le dijimos que era el lugar que habíamos ocupado dos años antes, sufriendo por ellos. El viejo del Mono, emocionado, nos dejó unas sentidas palabras sobre el fútbol y la amistad, dos elementos que nos habían hermanado a lo largo de la década. 

"Ni el hincha más optimista de Chaco For Ever hubiera soñado un partido así. Racing hizo todo mal, cometió cientos de errores y fue estrepitosamente goleado 5-0. El pitazo final no fue uno más. No solo le bajó el telón al encuentro, sino a toda una época. Esos diez años que nos habían visto crecer ya eran un recuerdo. Como si no fuera suficiente la separación definitiva en el secundario, se nos sumaba esto. Un 5-0 impiadoso que mandaba al cuadro cordobés a jugar los sábados.

"Las cinco cuadras hasta su auto fueron en absoluto silencio, solo quebradas por alguna salida ingeniosa del Mono. Llegamos a la esquina y comenzamos a despedirnos: "Vamos muchachos. Está todo bien. Mejor que nos vayamos a jugar al Nacional B, esto de jugar con los mismos ya me estaba aburriendo". Y largó la sonrisa que nos contagió a todos. Era un Mono auténtico, simpático, divertido, como lo habíamos conocido en 1980. 

"Su viejo puso en marcha el auto, y desde la ventanilla giró la cabeza para dejarnos un "Hasta la próxima, gente", con una sonrisa. Y fue la última. La última sonrisa del Mono. No solo la última de ese día, la última de todas. Por ese camionero turro que, manejando borracho en esa noche maldita y en plena ruta, cuando se cruzó de carril impactó de frente contra el auto donde iban el Mono y su viejo.

"La vieja y la hermana nos contaron que fallecieron en el acto. Antes de volver a Buenos Aires las acompañamos a su casa, mientras nos pedían que lo recordáramos de la mejor manera. Le dijimos que sí y en medio de aquel dolor lacerante, se nos dibujó una sonrisa por el Mono".

*En "El yeso de Van der Kerkhof", de Eduardo Bolaños.