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Perú y los riesgos de la polarización

Las dramáticas horas que vive la población de Perú muestra los riesgos a los que se expone una sociedad cuando no logra salir de la polarización. 

En un país marcado por la desigualdad que existe entre la capital, Lima, que concentra la mayor riqueza y las regiones del interior que no gozan de los beneficios de una economía que, paradójicamente, pudo crecer a pesar de las sucesivas crisis políticas, los resultados están a la vista: más de 60 muertos, represión y detenciones masivas dentro de una universidad, con un Ejecutivo incapaz de ordenar el caos.

Perú vive por estas horas una tragedia. Y aunque lo que ocurre en un país cuya capital está a miles de kilómetros de distancia de nuestra provincia podría, en principio, no ser de interés para el ciudadano chaqueño de a pie, la difícil situación que afecta al conjunto de la sociedad peruana puede dejar, como todo hecho social y político, algunas enseñanzas. Es que la concentración de población, recursos, servicios y bienestar en la metrópolis en detrimento de comunidades enteras del interior profundo, sobre todo en el sur andino peruano, que poseen los más altos índices de pobreza, no ha hecho otra cosa que segmentar al país en dos. Y si a esa división se agregan discursos que promueven el odio entre unos y otros, entonces una comunidad se aleja cada vez más de la idea de nación. "Una nación es un alma, un principio espiritual. Dos cosas que no forman sino una. Como el individuo, es el resultado de un largo pasado de esfuerzos, sacrificios y desvelos. Una nación es, pues, una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se ha hecho y aquellos que todavía está dispuesto a hacer", dijo Ernest Renan, pensador francés del siglo XIX, en una conferencia que brindó en París en 1882.

La presidenta Dina Boluarte asegura que su gobierno promueve un diálogo de paz y conciliación. Algo difícil de creer luego de ver la violenta represión en las calles que dejó un saldo de más de 60 muertos en lo que se consideran los peores enfrentamientos de las últimas décadas en Perú. La polarización es tal que manifestantes que marcharon por las calles de Lima días atrás pidiendo la renuncia de la mandataria alzaron sus voces para anunciar una guerra civil. Pero, según advierten varios analistas políticos, este grado de violencia es solo la punta del iceberg, es decir, la parte visible de una crisis que viene desde hace varios años y, lo que es peor, no se observa ni siquiera la presencia de una incipiente fuerza política que, con un criterio integrador que supere las divisiones más profundas, logre amalgamar los intereses de los habitantes de la capital rica y las aspiraciones del interior pobre. En otras palabras, Perú carece hoy de una dirigencia con capacidad para deponer actitudes mezquinas y convocar a la pacificación y la unión de todos los peruanos. En rigor, tampoco cuenta con un sistema de partidos políticos que brinden respuestas razonables a las demandas ciudadanas. La división del electorado llega a tal punto que una parte de la población facilitó en su momento la llegada de Pedro Castillo al poder, mientras que la otra mitad puso el Congreso en manos de la oposición, algo que sería totalmente normal en un país democrático, pero no lo es en un país que en su Constitución conserva una figura que data de 1839 que permite al Poder Legislativo destituir al presidente de la Nación por "incapacidad moral", una definición tan controvertida que llevó incluso a expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a recomendar que se revise este polémico concepto, por su ambigüedad. Es que, además, es muy fácil aprobar el pedido para aplicar esta fórmula: solo se requiere el 20% de los votos del Congreso para pedirla y el 66% para aprobarla. Como se podrá apreciar, la situación política es extremadamente compleja y no se advierte el surgimiento de una nueva dirigencia que se anime a dejar atrás las divisiones para apostar por el bien común de todos los peruanos. La crisis en Perú muestra los enormes riesgos a los que se expone una sociedad cuando se alienta la radicalización extrema y se acentúan las divisiones, en lugar de promover el diálogo, la convivencia pacífica y una lucha sin pausas contra la desigualdad.