
columnista
Cuánto estamos dispuestos a negociar por nuestros intereses: límites y riesgos
Nos movemos en un mundo en el que todo se relaciona a través de intereses. Amistades, negocios, trabajo, amores, ideologías, absolutamente todo está ligado a una motivación específica que nos lleva a actuar de alguna u otra manera para conseguir aquello que nos interesa. Nos preguntamos entonces; hasta qué punto estamos dispuestos a transar" para alcanzar estos intereses.
El término interés proviene de la palabra "importar" y es preciso diferenciar sus tres grandes acepciones: afinidad, utilidad y finanzas. Bajo ninguno de estos tres lineamientos podrá decirse que el concepto interés pueda verse o analizarse negativamente. Como la fórmula interés-ganancias podrá analizarse en un manual de estadísticas, nos quedaremos en las dos primeras acepciones. Contar con interés para llevar adelante una meta determinada, muchas veces es la garantía para poder alcanzarla.

El interés por el estudio, por ejemplo. De la misma forma, cuando pretendemos algo de una persona, ya sea buscar su atención, o que "nos sirva" como canal a otras nuevas conquistas -laborales, sociales, económicas o afectivas- será su sentido de utilidad o conveniencia la que nos brinde interés. Podríamos detenernos aquí, pero sería injusto, porque pensaríamos que esa persona que "busca" en la otra una conveniencia es la mala de la película, la que quiere sacar provecho a un "otro" débil e indefenso, y nada más lejos de eso se encuentra la relación cotidiana del interés mutuo y hasta podría decirse, sano.
Entonces quedó claro que el interés jamás se da en un solo extremo de la situación. El conseguir algo a cambio siempre trae aparejado el intercambio de interés. Ambos polos se benefician. "Trabajo en una oficina donde, a pesar de no estar conforme con todas las reglas del lugar, me la banco porque pagan bien, y me gusta vivir cómoda. Y si es necesario hacer algún trabajito de más para conseguir plata fácil, lo hago", nos cuenta Silvana.
Siempre nos mueve algún interés, incluso en un terreno muy íntimo como lo es la pareja. "Yo estoy bien porque amo a mi novia, me gusta estar con ella. A pesar de renunciar muchas veces a salidas con mis amigos, prefiero construir con ella una relación", aunque Marcos no lo diga, hay intereses que lo mueven, y así lo explica Rodolfo de Bernart, licenciado en Psicología por la Universidad de Barcelona y miembro de la SCRITC (Societat Catalana per a la Recerca i Teràpia del Comportament).
"En las parejas es muy tangible ver el intercambio de intereses. Uno da y recibe constantemente, y cuando uno de los dos se da cuenta que no hay reciprocidad, pone una barrera a la acción del dar y se pregunta: ¿Qué pasa que no hiciste tal cosa o tal otra?" , indica de Bernart.
De acuerdo a esta conclusión, podemos decir que cada uno, consciente o inconscientemente, sabe que el equilibrio emocional, la brújula sentimental, está ligada a este tipo de intercambio, desde una mirada, un regalo, una caricia, la escucha, un consejo, etc.
Yo te doy, vos me das
Desde que existe el trueque, todos estamos dispuestos a poner en la balanza algo que nos sobra con algo que nos falta. Cuando nos damos cuenta de que lo que nos falta es más de lo que nos sobra, comenzamos a intercambiar todo tipo de capital sostenible. Y es aquí donde corremos el mayor riesgo y donde nos preguntamos: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a "transar" por nuestros intereses?

Más que respuestas es una valiente interpelación necesaria de hacernos. Parados donde estamos, ¿qué hicimos para llegar aquí?, ¿pisamos a alguien, saltamos algunos escalones, fuimos por ascensor, trepamos…? Muchos caminos para llegar, pero un solo cuerpo para cuestionar.
"Por conseguir un puesto más alto, muchas veces tuve que omitir datos, o dar más información de la que debía. Soy consciente de que lo hice por mis intereses; pero también sé que si yo no corro hay otro que me gana", cuenta tranquilo Pablo C.
Otro ejemplo tan claro como extremo es la historia de un amigo cercano. Carlos, de ideología casi anarquista, jamás violó sus propios intereses, afinidades o ideas. Más aún, tuvo en su vida numerosas propuestas para aspirar a una "mejor calidad de vida". No las quiso, porque eso quebraría su estilo de vida, su manera de pensar. Carlos vive feliz con sus elecciones, con la tranquilidad de no haber "transado" con nadie, como él mismo dice, para ser alguien. "Yo soy lo que quiero ser", dijo en varias reuniones de amigos.
Sin ir al extremo, quisimos buscar una nueva cara de esta situación, y para ser sinceros, costó bastante. Eso sí, ante la escucha de nuestro pedido, varias personas señalaron a una en especial, a quien tildan con el perfil de "responsable y fiel" en su trabajo. Son pocas pero bien reconocidas, sería el slogan para estas personas. Ella es Camila G.
"Para mí, los intereses están limitados a la vereda del otro. Es decir, obvio que me gusta llegar a mis metas lo más rápido posible, pero cuando me doy cuenta de que existe otro a quien puedo perjudicar, ahí me freno", simple y segura Camila sabe que quizá le cueste más tiempo que a otros llegar a la meta, pero las baldosas a la hora de pisar, serán seguramente más sólidas.
Entonces, la medida exacta en el equilibrio es la tranquilidad. Por lo contrario, la aceleración no nos da la lucidez para hallar los intereses necesarios.
Es verdad, siempre habrán intereses que nos movilicen más que otros, porque necesitamos motivaciones para dar cada paso, pero hay algunos que movilizan nuestra esencia y serán éstos los que debamos desechar, porque son un riesgo para la propia integridad.
Tener claras nuestras metas se conjugarán indefectiblemente a la cantidad de seres y situaciones que intervengan y en la medida que sean más una ayuda y no alguien para "aprovechar" en nuestro camino, llegaremos más seguros a la meta. Probemos, es peor quedarnos con dudas, con pocos amigos y con metas frustradas.
