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Nelson Martínez, caballero de fina estampa

El “Gallego”, como lo conocíamos en el barrio, nació el 30 de abril de 1930 en Obispo Trejo (Córdoba), pero ya a los cuatro años se afincó en Resistencia, siempre en Avenida Las Heras 175, en diagonal con la Escuela 33, donde cursó la primaria. La secundaria la hizo en la Escuela de Comercio.

De profesión sodero, su pasión era el fútbol y su vida la pelota; parecía que la tenía atada a la zurda prodigiosa. A mi entender —y eso que lo vi en el final de su carrera, vistiendo los colores del Decano, con la 10 en la espalda como emblema— fue el mejor jugador de fútbol del Chaco. Tenía un estilo maradoniano, que luego de retirado seguía desplegando su arte en las canchitas del barrio, especialmente en la de Sameep, en Av. 9 de julio y Juan de Dios Mena, donde con gambetas y caños dejaba desairados a sus ocasionales rivales y extasiados a los fortuitos espectadores. Paseó su magia por Buenos Aires, en los clubes Ferrocarril Oeste y All Boys, aunque el Chaco le tiraba y regresó para deleitarnos en sus últimos años.

Nelson siempre jugó en patas: solamente se calzaba cuando tenía que jugar un partido oficial; pero en el potrero, en patas. Lo de pegarle descalzo siempre tuvo un significado conceptual para Nelson: “Gato con guantes no caza ratón”, decía, pues el hecho de contactar la pelota directamente con el pie sensibiliza el trato.

Eran festín de muchos las apuestas que hacían luego de los entrenamientos de Sarmiento los hermanos Chazarreta, Martínez y otros, quienes a pie descubierto sometían a los arqueros con igual o mejor precisión que con los clásicos botines. Siguió metido en el fútbol como técnico, pero no duró mucho: su verdadera pasión era jugar; la otra, pescar.

Bosquín Ortega lo definió maravillosamente en el siguiente escrito:

“Los veteranos del potrero queríamos tener su estilo. Otros, más tarde, lo buscaron en Bochini o Alonso. Los pibes contemporáneos decidieron por el Gran Diego. En la juventud lo llamaron La Bruja, por su porte flaco y el toque de la zurda, más cercanos al asombroso prestidigitador de esferas que a las tortuosas infusiones de un caldero de filtros. Era una suerte de Chaplín del área, divertía con la inteligencia de su talento .Una especie de Domingo Arena del tablón, que esculpía filigranas en la corteza del vértigo y tallaba suspiros con el aliento de las tribunas. Cierta vez, Verlaine definió al iluminado Rimbaud: “Tenía suelas de viento”, dijo”.

“Nelson Martínez tuvo botines de intemperie, jugaba descalzo en las canchitas sin trazado, de la barriada ferroviaria de Central Norte Argentino, cuando los terrenos de la Universidad del Nordeste y el posterior Aeroclub provincial entraban al horizonte a través de las puertitas silvestres de los arcos, sacados de la sombra verde de los montecitos aledaños. El hijo de Tila y Dante, hogar español y oficio de ferroviario, se uniformó con las urgencias del salario. Sus pies descalzos (las zapatillas eran para la escuela) actuaron como inversas huellas dactilares, captaron la textura de los pastizales, aprendieron a conocer las formas del cuero aéreo y a desplegar la batuta izquierda en la partitura del potrero”.

“Nelson descubrió la infancia del actual balón reglamentario acariciando el contorno irregular de la pelota con “tientos”, con sus gajos cosidos a mano, la cámara emparchada y la boquita “fruncida” del pico a causa del cierre precario de sus cordones, lubricados con grasa casera. Citando a Washington Benavides en el canto de Alfredo Zitarrosa: “De allí salió el jugador”. Fiel al riel, diría Alfredo Norniella, partió de Central Norte a Ferrocarril Oeste, sin estaciones intermedias. Sendas tapas de El Gráfico y sus páginas en sepia muestran su porte galgo junto Silvio Marzolini y Antonio Roma, comentan sus goles al invencible Amadeo Carrizo, sus encuentros con Ángel Labruna y Ernesto Pedernera, y sus incursiones posteriores por Colombia y Centroamérica, legitimando sus lauros de crack congénito”. 

“Años después, el retorno añorado y la historia cercana de su destreza billarística que memoran Sarmiento y Regional y generaciones sucesivas. No soy, claro está, un periodista deportivo. Carlos Rodolfo Monti y Pepe Ardizzone, Alejandro Apo y Luís Darío Molodezky me socorran. Defino, en mi humilde ignorancia futbolística, que Nelson Martínez, virtuoso, era el sastre de los domingos, genuino hacedor de un alto corte y confección de belleza y elegancia, modelo de vuelo sereno, hecho a medida de su distinción”.

“Hasta no hace mucho, la magia seguía intacta. Todas las tardes, con más de setenta años, el “Gallego” —administrando astucia, oxígeno y audacia— se prodigaba en un entrevero de pitazo completo, sin tregua con sus rivales, ni concesiones a su tácita abuelidad. De igual a igual, como si el gran Amadeo, compadre de mates lentos y memoria rápida en su sedería de avenida Las Heras 175, estuviera aguardando bajo los tres palos para un torneo de caballeros y una justa de colosos”.

“Todavía se dedica al trabajo para el que se preparó en toda la vida: el oficio de amigo (Fue, también, mecánico de locomotoras y automóviles). Embajada de semejantes, su casa y su mesa: la vereda en lugar de sillas, ofrece tablones. El domingo es su patria, esférica y alegre”.