
Columnista
Mariposa tecnicolor
Después de varios años haciendo miles, cientos de miles de kilómetros la pandemia me mantuvo quieta 16 meses. Un profundo cambio se registró en mí, en diferentes aspectos, muchos de ellos de forma positiva. Pero, cuando pude viajar de nuevo entendí que también había secuelas negativas.
Aún no sabemos (y es llamativo que no se tomen decisiones al respecto) cuánto influirá en la salud mental la pandemia del coronavirus, pero tampoco sabemos si todo será un efecto negativo. ¿Podrían ser las dos cosas?. Si, definitivamente, sí.

Según la Guía de recomendaciones para la salud mental, elaborada por el Programa de Promoción de la Salud Mental de Madrid: “Impacto emocional de la pandemia”, (España, junio 2020), se entiende “por ‘impacto psicológico’ el conjunto de comportamientos, pensamientos, emociones y sensaciones que aparecen como consecuencia de la experiencia de algún tipo de situación que implica un impacto emocional intenso o prolongado...”
“Estas reacciones/respuestas son inevitables e inherentes al ser humano, porque es la manera que tenemos de asimilar la experiencia. Van desde pequeños desajustes y malestares (inquietud, temor, cambios de humor, irritabilidad, apatía, insomnio,… ), que serían las reacciones agudas a la situación traumática y que tienen una duración de entre algunos días o unos pocos meses, hasta respuestas disfuncionales o desadaptativas que, en algunos casos, persisten y se cronifican más allá de este período agudo (ansiedad, miedo, ira, aislamiento, conductas de evitación, flahsbacks, problemas de sueño, sensación de embotamiento, abandono de actividades habituales, desesperanza,…).
Entre estos dos extremos no hay una división clara y más bien configuran un continuum con diversos grados de desajuste, intensidad y duración por los que se fluctúa hasta lograr una adaptación a la nueva situación en la mayor parte de los casos”, continúa.
Recuerdo los primeros días de cuarentena: no salir de casa, cómo encarar la nueva rutina que- en mi mente- solo duraría como mucho una semana, porque estoy considerada como personal esencial. Para hacerla corta, pase por todas esas fases: hacer ejercicios, leer de nuevo, escribir de nuevo, mirar series o películas de géneros que jamás hubiera elegido, hablar de nuevo con amigos con quienes antes “no teníamos tiempo”, cocinar, y por supuesto trabajar. Como tengo insomnio crónico, no puedo contarlo como parte de la ecuación.
El silencio empezó a ser un buen amigo, bajar la velocidad de vida que llevaba, empezó a gestar un espacio en mi mente que fue muy incómodo al principio, pero tan necesario luego. Lo único que no intente fue cortarme o teñirme el pelo, pero los cambios empezaron a ser necesarios y positivos.
Cerrar emprendimientos, encarar nuevos, hablar con mis vecinos (a quienes apenas conocía), o gente nueva (si, se puede conocer gente nueva en pandemia, sin necesidad de las redes sociales). Limpiar la casa de cosas que tenía que haber tirado, reciclado, donado hace por lo menos 15 años, y asumir que cambiar de hábitos no es un “en 5 pasos, 5 segundos o 21 días”.
Empecé por eso: cambiar los hábitos –sin que el orden altere el resultado- porque no quedaba otra, y por elección. Resumiendo, esa decisión cambió mi salud física y mental en gran parte mi vida, a los 40 años.
La Guía de Promoción de la Salud española hace hincapié en este sentido, señalando que “junto con estas reacciones que son causa de sufrimiento, también se ponen en marcha/desarrollan algunas otras respuestas y comportamientos de naturaleza contraria como la comprensión, aceptación del cambio, la resistencia, el compromiso, el altruismo, la solidaridad, etc. Debemos poner atención para rescatar y ayudar a visibilizar estas capacidades, como maneras “saludables” de afrontar ésta y todas las crisis. Las relaciones sociales y la comunidad son básicas para restaurar la sensación de bienestar. Hay que subrayar el hecho de que, a pesar de la amenaza que supone la pandemia, podemos generar entre todos ambientes más seguros, reconquistando nuestra sensación de control. El desafío al que estamos expuestos también posibilita descubrir fortalezas personales y modificar la visión propia, de las demás personas y del mundo hacia modelos más gratificantes, lo que enlaza con el concepto de resiliencia social”.
LA OTRA CARA DE LA MONEDA
Según la Revista Cubana de la Salud Pública, en un informe publicado en febrero de 2021 sobre las secuelas que está generando en la salud mental la pandemia: “dentro de las manifestaciones reportadas con mayor frecuencia en los estudios consultados se encontraron los trastornos emocionales, depresión, estrés, apatía, irritabilidad, insomnio, trastorno de estrés postraumático, ira y agotamiento emocional.”
Un dato no menor, es que en 2020, la Organización Panamericana de la Salud, señalaba que los últimos datos sobre suicidios en América Latina son del 2016. Mientras que en Estados Unidos, se registran como última información, estadísticas del 2018.
Pero, recordé que uno de los tantos docuseries que vi en Netflix (no, tampoco financia la columna), fue “El dilema de las redes sociales”, y allí aparecían todos estos síntomas/ secuelas. Entonces, ¿ya pasamos por esto, sin ser conscientes?.
¿Por qué nos cuesta tanto hablar de salud mental, si era pandemia antes de entrar en “esta” pandemia?
Me atrevo a sospechar que se sumó un factor que -para mí- es la palabra clave, la bisagra: incertidumbre. Y quisimos poner fecha a la cuarentena, a la vacuna, a la pospandemia, a la nueva normalidad. Encajonar lo que nos pasaba en nuestros libros de historia o manuales de supervivencia, decretos y demás yerbas, pero esta ruleta rusa sigue girando.
No quiero ponerme más dramática de lo necesario; esta incertidumbre es la base sobre la que se toman decisiones, es sobre la que se prueba la vacuna, es sobre la cual vivimos, pero vivimos. Los que creen, y los negacionistas también.
Las consecuencias de todas estas acciones han desatado secuelas que los científicos buscan estudiar en sus laboratorios, y los sicólogos y siquiatras buscan en su experiencia y bibliografía para ayudar: la muerte que siempre es absurda e inesperada, la suspensión de la educación, cierres de comercios, parejas rotas, aislamiento, pero también existe gente que mejoró su salud, reencuentros que habían quedado pendientes, nuevos seres humanos, nuevas habilidades, emprendedores que siempre fueron empleados. ¿Cambios en las estructuras cerebrales?.
Según otra publicación científica, en este caso británica The Lancet, señala que “la prioridad ahora es monitorizar e informar sobre las tasas de ansiedad, depresión, autolesiones, suicidios y otros problemas de salud mental. Esto ayudará a comprender los mecanismos e informar las intervenciones. Esto debería adoptarse en la población general y los grupos vulnerables, incluidos los trabajadores de primera línea”.
Todo, en el mismo cuadro, como las inexplicables obras de Kandisnky, que a veces se parece a Picasso. Caos en colores, o blanco y negro.
Cuando finalmente pude viajar –no muy lejos- apenas unos 300 kilómetros, para realizar los chequeos médicos postergados. Por alguna razón ver mucha gente a mi alrededor –más de las que permiten los protocolosempecé a sentir todos esos síntomas que terminan en un ataque de ansiedad. Por suerte no sucedió. Pero, me pregunté qué pasó. ¿Por qué, si yo voy al supermercado, al banco, al gimnasio, soy periodista trato con mucha gente?. Mi barbijo, mi distancia o el alcohol (el que me pongo en las manos, eh) ya no eran suficiente escudo: en mi mente.
A pesar de toda la información que había obtenido, e investigado, mi nivel alto de cortisol me indicaba que solo quería salir de ahí. Solo quería volver a mi casa. Viajar ya no era la aventura que disfrutaba, no al menos allí.
Pienso en todo ese personal de salud que hoy son “el frente de batalla”, en sus miedos, su aislamiento familiar, sus absurdas muertes, en los que buscan la vacuna perfecta, los que intentan ayudar a la gente que perdió todo, en ese duelo suspendido en el aire que muchos tendrán que llevar consigo y será de todo tipo, mientras las decisiones se toman en espacios con sillones de cuero, aire acondicionado y un café de por medio, para luego intentar explicar cosas que no tienen explicación, ante una sociedad agotada, y es inevitable volver a la incertidumbre.
Los enfermos por Covid-19 mueren solos, se van apagando, no solo por la enfermedad, pero también aquellos que no enfermaron. Esta cura, este resguardo: el aislamiento, que decidimos será nuestra salvación está afectando las posibilidades de recuperación de muchos. Este virus, no hace falta ser un premio Nobel en medicina para darse cuenta, afecta drásticamente la salud mental del paciente, de los médicos, de la familia.
No quiero con esta afirmación decir que vivamos como siempre, porque eso no sucederá; pero no podemos no observar, no tratar el impacto tan grande que tiene sobre la salud mental.
Los problemas de salud mental son una pandemia que existía antes de “la” pandemia. Es silenciosa: no, pero hay oídos sordos a la misma. Oídos sordos en el Estado, las prepagas, en el club, en la escuela, en la familia. Nos atraviesa en edades, situación económica, escolarizados o no. A diferencia de la Covid-19, no hablamos sobre ella tanto como deberíamos.
La gestión adecuada e inmediata de la salud mental: la negativa y la positiva, en gente sana y enferma (al fin al cabo los seres humanos somos en tecnikolor), será tan importante como saber cuál o cuáles vacunas nos salvarán de la Covid-19.

Periodista. Agencia Charata.