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Qatar, Ucrania y Rusia: la diplomacia de la FIFA

La decisión de expulsar a Rusia de la clasificación para Qatar 2022 por parte del máximo órgano del negocio del fútbol despertó polémica en torno a la medida pero, sobre todo, a la dirección política tomada por la FIFA.

La FIFA reconoce a más países que la ONU y es la mayor organización multinacional del mundo.

Más allá de analizar si se castiga o no a los deportistas por una decisión que los excede, lo concreto es que la Federación dejó atrás su endeble posición apolítica y sentó un precedente para enfrentar una realidad que se negaba a aceptar: ni el fútbol es ajeno a la política, ni la política es ajena al fútbol.

FIFA y ONU: ¿dos mundos distintos?

En términos reales, la Federación Internacional de Fútbol cuenta con más miembros asociados que la ONU, el organismo de naciones por excelencia. Según la FIFA, el mundo tiene 211 conjuntos nacionales reconocidos, pero según la ONU, hay 193 naciones con soberanía reconocida. Cada una pareciera su propio mapamundi. La Federación futbolística es la organización internacional más grande del mundo y, por lo tanto, una configuradora de representaciones y/o identidades nacionales.

En la línea temporal de la enorme cantidad de sanciones que cayeron sobre Rusia a partir de la invasión a Ucrania iniciada el pasado 24 de febrero, una de las primeras en confirmarse fue el cambio de sede de la final de la Champions League. La UEFA se movió rápidamente para mudar su evento estrella de San Petersburgo a París a menos de 72 horas de iniciado el conflicto, y luego confirmó las expulsiones de los equipos rusos de competencias continentales y su suspensión indefinida. En adhesión, se prohibieron eventos de la organización en Bielorrusia por su alianza con Rusia en el conflicto. 

En 1973, tras el golpe de Pinochet, la URSS se negó a jugar la eliminatoria con Chile para Alemania ´74. La FIFA entregó la clasificación a los trasandinos.

Días más tarde, y presionada sobre todo por las federaciones nacionales de Polonia, Suecia y República Checa -integrantes de la denominada llave B, junto a Rusia- la FIFA pasó de permitir la participación rusa fuera de su territorio y desprovista de sus símbolos nacionales, a concretar la descalificación del conjunto nacional ruso de la Copa Mundial de Fútbol Qatar 2022, mientras que UEFA expulsó indefinidamente a los clubes rusos de sus competiciones.

¿Presión por la agenda mundial o posición política?

La polémica no gira en torno a la repudiable invasión rusa sobre territorio ucraniano, si no en cómo la FIFA le dio preponderancia y visibilidad a este conflicto, cuando antes había decidido no tomar partido en otros.

El caso de mayor afinidad, y tal vez único, con el actual es la exclusión de Alemania y Japón entre 1945 y 1950, imposibilitados de participar en el Mundial Brasil 1950 tras la II Guerra Mundial. A lo largo de la historia sucedieron otros casos, como la expulsión de Libia entre 1989 y 1997 tras la acusación de atentar contra los aviones PanAm 103 y 772, mientras que las sanciones a Yugoslavia en los ‘90 se debieron a su guerra interna y no a un conflicto con otros países. 

Rusia ya faltó a una Copa del Mundo por motivos políticos: cuando aún formaba parte de la URSS, no se presentó a una disputa con Chile por un cupo al Mundial Alemania ´74 en repudio a la dictadura pinochetista que había comenzado el año anterior. La FIFA en aquel momento le dio el lugar a los trasandinos, que marcaron la historia con un "partido fantasma".

¿Y si todos los países integrantes de la OTAN hubiesen sido expulsados del Mundial 2002 por el bombardeo a Belgrado de 1999? 

En comparación con la expulsión rusa, se pondría en tensión el por qué la FIFA nunca sancionó a la Federación de Fútbol de Israel (solo fue expulsada de la federación asiática en los ’70, pero rápidamente acogida por la europea). El conflicto entre Israel y Palestina fue calificado y condenado por Amnistía Internacional como un apartheid sobre el pueblo palestino que se extiende desde hace décadas. La Federación Sudafricana de fútbol sí estuvo vetada desde 1962 hasta principios de los ‘90 por el apartheid, agudizando la polémica sobre la benevolencia con los israelitas.

Podría analizarse por qué EEUU participó en Alemania 2006, habiendo invadido Irak en 2003. O por qué Arabia Saudita participa en Qatar 2022, mientras que desde hace años bombardea Yemen. La denominada Operación Sol, invasión de Turquía al norte de Irak en 2008, tampoco acarreó sanciones deportivas para el país otomano. El mismo Irak participó en el Mundial México ´86 en medio de su conflicto con Irán, habiendo comenzado la invasión a principios de la década. Lejos, en 1938, cuando el Mundial tuvo lugar en Francia, quedó el caso de Austria, clasificada de manera individual pero integrada al equipo de la Alemania nazi por haberla anexado. Para el cierre: ¿Y si todos los países integrantes de la OTAN eran expulsados del Mundial 2002 por el bombardeo a Belgrado de 1999? 

Incluso en el propio caso de Rusia, las incursiones de 2008 en Georgia y sus repúblicas separatistas que tanto se asemejan al conflicto iniciado en 2014 con Ucrania, no le costaron sanciones deportivas. Los ocho años de disputa ruso-ucraniana tuvieron en el medio la organización del Mundial 2018 con Rusia como sede y, si bien algunas federaciones presentaron quejas, nunca estuvo en duda su designación.

En la misma línea, las acusaciones de violaciones de los derechos humanos en Qatar desde que se confirmó como sede del 2022 no cesan. Tanto las polémicas por explotación laboral, la alta mortalidad de obreros en las obras, abusos sexuales y denuncias de corrupción no han puesto en tela de juicio -para la FIFA- que la Copa se juegue en ese país.

¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? Los interrogantes sobre la posición de la FIFA en aspectos geopolíticos habilitan a un largo debate.

Dilema shakesperiano entre FIFA y ONU

¿Ser o no ser una nación? ¿Representar o no a un territorio? Existen varias naciones afiliadas a la FIFA que no gozan del mismo estatus en la ONU, pero dos se destacan por sobre el resto: Kosovo y Palestina. La FIFA reconoce su identidad y símbolos nacionales, a pesar de sus conflictos con otros actores.

El Ternopil FC ucraniano renombró su estadio en homenaje a  Roman Shukhevych, aliado de los nazis y responsable del genocidio de 80.000 personas con su Ejercito Insurgente. El estadio está sobre la avenida Stepan Bandera, el otro gran dirigente nazi ucraniano en la II Guerra Mundial.

El caso Kosovo, reconocido desde 2016, ha tenido tanta profundidad que podría llevarse un artículo por separado. Este territorio balcánico encontró en el fútbol un reconocimiento y una representación que aún no tiene en el plano político. La selección que tiene más enfrentamientos prohibidos (no puede jugar contra Serbia, Bosnia Herzegovina, ni Rusia), fue polémica al disputar encuentros frente a España y Grecia, dos de los cinco países de la UE que no reconocen su soberanía. 

La federación española omitió en comunicados previos al partido los símbolos kosovares y en ellos se refería al rival como "territorio de Kosovo", negando su carácter de nación. En la transmisión se evitaron referencias nacionales y se la presentó en minúscula en el marcador (kos). La disputa gramatical se basa en la consideración de Kosovo como una escisión de Serbia, y su reconocimiento tendría consecuencias en los conflictos regionales en España (Catalunya y Euskadi).

De hecho, la Federación de Fútbol de Kosovo no es ajena al conflicto de turno, ya que su enemigo Serbia es muy cercano a Rusia, por lo que se ha expresado fervientemente en contra de la invasión de territorio ucraniano. De hecho, se cree que el ataque de la OTAN a Belgrado en 1999 tenía como objetivo prevenir una "Rusia balcánica". Las narrativas serbio/rusas en cada uno de los conflictos tienen mucho en común: un territorio que alguna vez no tuvo fronteras divisorias y que en su imaginario popular se niegan a perder.

Mientras tanto, el caso palestino no tuvo grandes significancias deportivas, sino más bien simbólicas, por su mero reconocimiento en 1998, por insistencia de su entrenador argentino, Ricardo Carugati. La Asociación Palestina de Fútbol, nacida en 1952, tuvo sus primeros encuentros frente a Siria, Líbano y Jordania, justamente otros tres estados enfrentados con Israel.

Su primer encuentro en Cisjordania ocurrió recién en 2008, y tuvo tal reconocimiento histórico que hasta contó con la presencia del, por aquel entonces, presidente de la FIFA, Joseph Blatter. Aquel día el mandamás dejó una frase muy interesante: "El fútbol también brinda esperanzas a los políticos para alcanzar sus objetivos". A Blatter -y a la FIFA- siempre le sobraron casos conocidos de primera mano para esta afirmación.

Desde 2014 el gobierno de Kiev bombardea a sus propios conciudadanos de habla rusa en el este de país (14 mil muertos hasta 2021), pero la FIFA nunca sancionó a la Federación Ucraniana.

Una serie de partidos con ida y vuelta

La relación del fútbol y el conflicto ruso-ucraniano no es nueva: desde 2014, el encuentro entre ambos seleccionados nacionales, y entre clubes de dichas naciones, está prohibido por la FIFA al ser calificados "de alto riesgo". 

Además, el ruedo de la pelota esconde varios hechos que sirven para entender el capítulo actual. Por ejemplo, en 2021 el Ternopil FC, de la ciudad homónima en Ucrania, renombró su estadio en homenaje al líder militar Roman Shukhevych.  La polémica, que involucró hasta al mismo presidente de la FIFA, surge porque este jerarca fue aliado confeso de los nazis en Europa del Este y responsable del genocidio de 80.000 personas al mando del Ejercito Insurgente Ucraniano. A estas esferas nazis en el gobierno ucrania hacía alusión Putin en su discurso de guerra. 

El año pasado, en la Eurocopa 2020, se vio una disputa en el mundo del fútbol: Rusia se quejó de que el diseño de la camiseta de Ucrania mostrara un mapa ucraniano incluyendo a Crimea. En dicha península nació una federación, con una liga que se desarrolla con equipos que cuentan con apoyo del ministerio de deportes ruso, pero no se integran a su liga. La Federación de Crimea no es reconocida por la UEFA porque significaría reconocer su independencia del territorio ucraniano, ni hablar de una integración en la competencia rusa. La organización de las competencias europeas no escapa al vínculo de la política y el fútbol.

En el Donbass se encuentra el club ucraniano más relevante de los últimos años, el Shakhtar Donetsk. Este equipo tiene un recorrido histórico muy complejo e interesante. El club ha visto alterada su vida institucional desde la rebelión de 2014 y el comienzo de enfrentamientos entre las facciones pro-rusas y ucranianas en la región, a las que no fue ajeno.

El presidente/dueño de este club es Rinat Akhmetov, el hombre más rico de Ucrania hace años, quien comenzó a acrecentar su patrimonio durante los ‘90 luego de la disolución soviética. Akhmetov es oriundo del Donbass, hijo de un trabajador minero y poseedor de un consorcio de empresas que van desde minería, tecnología, acero y hasta medios de comunicación. 

Tuvo una relación muy estrecha con Viktor Yanukovich, el expresidente ucraniano derrocado por el golpe pro-occidental de 2014 y último mandatario cercano a Rusia. Tan es así, que el gran día de la consagración continental del Shakhtar, Viktor habló al público en el escenario de los festejos, mientras que años más tarde Rinat fue parte del cónclave ucraniano en la firma de los Acuerdos de Minsk para tratar de frenar la guerra de Kiev contra el Donbass.

La embajadora destacó el gesto de la selección germana en su debut en Qatar, pero recibió más críticas que aplausos. El reino árabe oprime por ley a mujeres y disidentes sexuales, pero eso no impidió que la FIFA hiciera negocios con sus gobernantes.

La construcción de su imperio lo relaciona directamente con negocios ilegales y, para sintetizar su fama, la historia de cómo llegó a la presidencia del club  en 1996 ilustra la imagen que se tiene de él. A su arribo, el Shakhtar Donetsk tenía cinco títulos ganados. Al día de hoy ostenta 39 trofeos en su vitrina, lo que demuestra el poderío económico de Akhmetov. Construyó un fastuoso estadio, considerado entre los mejores de Europa, que debió ser abandonado desde 2014 a causa de la guerra, mudándose la base del club a Kiev y haciendo de local en la capital, en Lviv, Jarkov y Kharkov.

La relación de Akhmetov con Ucrania, Rusia, su pelea y el fútbol tiene muchas aristas. A priori prorruso, por su cercanía a Yanukovich, se lo ha vinculado al financiamiento de los separatistas de la región, al mismo tiempo que se sabe públicamente de sus millonarias pérdidas a causa de la guerra. Aunque ha manifestado siempre mensajes de cese del fuego y llamados a la paz, visitando incluso la embajada estadounidense en Kiev, no pareciera ser precisamente aliado de Zelensky. 

El fútbol, y los clubes, funcionan para varios multimillonarios como una vía de escape a investigaciones, evasiones fiscales y como cimiento para la construcción de poder político. Por ejemplo, detrás de la organización del próximo mundial denunciado por diversos abusos de derechos humanos, se encuentra Qatar Sports Investments, consorcio que agrupa derechos televisivos del deporte con beIN Sports y el Paris Saint Germain, donde invierte una desmedida cantidad de dinero en contratación de estrellas para utilizar como embajadores de la empresa.

De nuevo en tierras ruso-ucranianas, la pelota sigue corriendo: detrás del actual campeón europeo, el Chelsea de Londres, se erige la figura de Roman Abrahmovic. El magnate ruso se encuentra en el centro de la polémica, ya que el Reino Unido decidió ir a fondo con las sanciones y congelar todos sus activos, porque su vínculo directo con Putin le vale sospechas como posible financista del Kremlin. En Inglaterra, gobierno y club trabajan en licencias especiales, pero por la situación geopolítica y sus vínculos con la pelota, el mejor club del fútbol europeo atraviesa una incertidumbre acerca de su futuro.

Dentro del círculo del presidente ruso también está el hoy más importante club de Rusia, el Zenit de San Petersburgo, propiedad del grupo Gazprom. La empresa madre del gas ruso tiene un amplio bagaje futbolístico: es main sponsor del alemán Schalke 04 -vínculo cortado por el club tras la invasión- y de la UEFA Champions League. También invirtió dinero en las esferas inglesas del fútbol a través del Chelsea de Abramovich y es la creadora del fastuoso estadio Gazprom Arena, frustrada sede de la final de la Champions 2022. 

Se calcula que, por las durísimas condiciones climáticas y por las pésimas condiciones de trabajo, fueron unos 6.500 los trabajadores inmigrantes muertos durante la construcción de los estadios en Qatar. 

Hay que aclarar que el serbio Estrella Roja de Belgrado también integra el Gazprom team y no solo mantuvo su contrato, si no que hasta sus hinchas se expresaron a favor de Putin y la invasión rusa, en claro símbolo de apoyo dada la cercanía entre ambos países. Rusia apoya a Serbia como estado eslavo dentro de los Balcanes, sobre todo desde la intervención de EEUU en el conflicto de Kosovo en contra de Serbia. El capítulo del fútbol en la política balcánica, antes, durante y después de la guerra es tan extenso y complejo que podría abarcar más de un artículo completo.

Se desprenden del círculo íntimo de Putin dos lazos directos con altas esferas del fútbol, además del lejano vínculo con el misterioso Akhmetov, ahora con Yanukovich ya fuera del mapa. No se lo ha visto a Vladimir vestido con pantalones cortos, medias largas y botines, pero que juega, juega.

A esta altura del partido no queda en el mundo un líder político relevante que no tenga vínculos directos, para bien o para mal, con el mundo del deporte -o del negocio deportivo. Querer ocultar, o negar, el romance entre la pelota y la política no es más que pérdida de tiempo -y credibilidad- para la FIFA.

*Publicado en politologosalwhisky.com