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La misión de la iglesia: hacer que todos los hombres sean discípulos de Cristo

Con la ascensión de Cristo a los cielos, culmina su misión en la tierra, que, habiendo instruido a los creyentes en los misterios de Dios y habiendo explicado en obras y palabras todo lo referido a la salvación del hombre lo que de Dios había salido, a Dios debía volver.

La ascensión del Señor inaugura una nueva etapa en el largo camino del proceso de restauración de la entera creación y con la subida de Cristo a los cielos, comienza el tiempo de la Iglesia. Es por eso que las últimas palabras de Cristo a los discípulos antes de emprender su regreso al seno del padre es un envió misionero que esta expresado de manera imperativa: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos bautizándolos en el nombre del padre del Hijo y del Espíritu Santo”.

Esto significa que todo bautizado es discípulo y misionero de Cristo, y por este mandato, tiene la sagrada obligación de anunciar la Buena Noticia a todos, sumergiendo, por así decir, a la entera creación en el misterio de la Santísima Trinidad. Al enviarlos, Jesús no solo los empodera con su espíritu, sino que les garantiza su presencia en medio de ellos con esta promesa: “Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Los católicos conocemos los tres mandatos de Cristo que de alguna manera constituyen el fundamento de nuestra espiritualidad cristiana y que es esencialmente misionera. Dichos mandatos Cristo los hace en contexto de despedida, vale decir, que tienen el valor de un testamento espiritual que El deja como legado a los discípulos. Legado a través del cual los discípulos debían continuar en el mundo la misión de la redención y la salvación del hombre, hecho que continua hasta hoy.

Los discípulos y la comunidad cristiana no agregan nada a esa salvación y redención, absolutamente completa como acción salvífica en los eventos de la pasión muerte y resurrección de Cristo. Pero lo que si deben completar los discípulos y la comunidad cristiana será el proceso de conocimiento de ese misterio de salvación a través del anuncio del evangelio. Tal anuncio, que está en desarrollo desde la ascensión de Cristo hasta nuestros días tiene tres aspectos fundamentales que hacen a la esencia misma de la Iglesia, cuya misión excluyente es evangelizar.

De este modo si la iglesia tiene un hospital, una escuela o una universidad es para evangelizar, cualquier actividad de promoción humana del hombre que asume la iglesia tiene el cometido excluyente de la evangelización y por lo mismo, cualquiera actividad que la iglesia lleve adelante si no sirve para evangelizar está traicionando el evangelio de Cristo.

El primer aspecto de esa acción evangelizadora será edificar la comunidad de hermanos que a través del amor recíproco entre ellos, harán visible, indudable, la fraternidad y será la expresión más destacada de ese conjunto de personas que reunidos en el nombre del Señor hacen visible por el testimonio de amor comunitario la presencia del mismo Jesús viviendo en medio de ellos. Cumplen de esta manera el mandato explícito de Cristo que en imperativo deja a los discípulos: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”.

En este mandamiento nuevo está determinado de manera muy expresa la misión que tiene la iglesia en el mundo: construir una fraternidad universal, sobre la base de un amor mutuo que sea capaz de amar con el mismo amor de Cristo, vale decir, con un amor capaz de dar la vida por el prójimo.

Tal amor solo es posible si como Cristo se abraza la cruz, amor que como ofrenda y sacrificio edifica el cuerpo místico de Cristo. Este cuerpo, vive en la iglesia, toda vez que los bautizados cumplen el mandamiento nuevo de amarse los unos a los otros así como Cristo ha amado. Una comunidad sin fraternidad y sin un amor de estas características, traiciona el evangelio de Cristo y no cumple la sagrada misión que él ha encomendado a los discípulos de ayer de hoy y de siempre.

Tiene además como contenido esa misión el mandato de la celebración de la misa que como memorial debe actualizar la presencia perenne de Cristo en el mundo: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo; tomen y beban, esta es mi sangre; hagan esto en conmemoración mía”. La celebración de la santa misa es para nosotros los católicos cumplir el mandato expreso de Cristo para la edificación de la iglesia, que a través de este signo visible perpetúa su presencia en el mundo.

De este modo la misa, por mandato de Cristo es para el católico la realidad misteriosa a través de la cual se edifica el cuerpo místico del Señor, que emerge en cada comulgante individual y colectivamente, todos convertidos en “un solo cuerpo por la eucaristía”. De allí que la iglesia llama a la misa el banquete que anticipa del reino, en tanto cuanto que ritualmente se cumple en la liturgia lo que afirma la palabra revelada de que al final “Dios será todo, en todos” y, al mismo tiempo, se cumple también litúrgicamente en la misa el deseo de Cristo en la oración sacerdotal: “Que todos sean uno como tú y yo padre somos uno”, en la misa por la comunión eucarística, para nosotros católicos eso es lo que realmente sucede.

Un católico que desconsidere la misa o no participe semanalmente de ese banquete, traiciona el evangelio de Cristo. Por último el contenido fundamental de la misión de la iglesia será la misma misión, vale decir, el anuncio explícito del evangelio a todos los pueblos en todos los tiempos y a todas las culturas; mandato que pone a la entera iglesia en “estado de misión”. Esta responsabilidad misionera obliga a cada bautizado a ser un soldado de Cristo y una presencia real y visible de la iglesia en el mundo.

El cometido será sumergir a cada hombre ya cada mujer en el misterio trinitario del amor de Dios. Y así como el sacerdote ritualmente sumerge en la liturgia bautismal a los bautizados en el misterio trinitario de Dios, cada bautizado está llamado a sumergir en el misterio del Dios trinitario a toda la creación. De este modo cada acción y cada palabra del testigo de Cristo será impregnar su ambiente del amor trinitario de Dios que a todos ama y a todos quiere salvar.

Un bautizado que no irradie el amor trinitario de Dios en sus obras y en sus palabras desobedeciendo el mandato de hacer discípulos de Cristo a todos los hombres y mujeres de su tiempo, traiciona el evangelio de Cristo.